Nada
nos salva, solo la nada,
esa
enorme oquedad en medio del vacío
donde
súbitamente surge el verbo
sin
que nadie lo reclame.
Tres veces me ha llamado el
infinito
La barca de la luz alinea el
horizonte.
El mar reclama para sí los
rayos del sol
y los pájaros inician los conjuros,
los ritos alrededor del círculo
imaginario
que abren el portal del mundo
mágico
El ombligo antes cráter
donde
cupo el universo
ahora es la entrada
a ese mundo oprimido
del recuerdo.
El misterio es trasparente
cuando la flor nace
la poesía se gesta al caminar
con el pasado,
hay luz a borbotones en el
cielo
no solo el crisantemo se
difracta
en el espíritu y se transforma
en pájaro;
el mar entonces es atrapado en
una frase
y surge el verbo repentino a la
mitad del parto.
La parte misteriosa, aquella en
que los
monstruos de la culpa acechan,
es disipada en esta sinfonía
cotidiana,
gritos de niños a la mitad de
la mañana
en un silencio líquido
que lava la piel de los
recuerdos,
limpia el alma con la sal
mística
y borra el sentimiento de la
nada.
El infinito siempre está
presente
el hormigueo en mi cuello lo
delata,
las lágrimas al sentir la carga
de Orión
como un río viajando por mi
cuerpo,
y el poema se lee mientras camino
saludando al universo en este
pequeño
lugar de los milagros.
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