jueves, 9 de mayo de 2013

La nada y los pájaros (apuntes para Narvarte)





En medio de este solar impresionante mientras la mañana se desvanece con los grillos y tres hombres para aplacar el hambre los devoran en un sartén armado con una lata de manteca; con un frío calado por mis huesos y un cielo despejado convertido en manto del Ajusco, veo pasar cinco décadas y como si pasara una docena, no hay pardos viajeros ni cantadores provincianos y a pesar de un kilómetro cuadrado sin cemento esta sensación de ausencia invertida por el todo se llega a despoblar de los recuerdos tiempo a verso.



No se ha quedado un instante sin mi nombre despojado, ha crecido la angustia, la soledad, el amor; la calma y el cabello se ha tornado de un color
mas argentino; se ha perdido en el vacío de mi memoria cada terreno, una a una las piedras lanzadas a los aires para espantar a las criaturas que se llevaban nuestro sueños o la tarde.

Se ha borrado en mi memoria esa mancha de edificios gestada en la oferta y la demanda. La escuela, los retornos entre cables sosteniendo los tranvías
lugares de descanso, las milpas cada cuadra y los que siempre cuidaban los terrenos, se han ido, cuando entonces tampoco podíamos impedirlo al imaginarnos el futuro  con el mismo escenario.

Continúan otros nigromantes de mi corta travesía a llamarme por mi nombre por todos estos años; a conocerme, según ellos, con un rato de intercambio, una partida de ajedrez, el bote pateado, la reunión de unos vecinos al compás de la anarquía, el aprendizaje de los besos y el amor sin prisas.

No hay remordimiento al apagar con llanto sus ausencias o mitigar con el recuerdo las esperanzas muertas y a medida que la ciudad cambiaba de escenario, otras ciudades desvestidas de la magia, se apoderaban del sexo y la poesía, se jugaban otros juegos para poder llegar a ser gigantes, intercambio de autores entre tazas con un café sin tueste, marchas silenciosas e interminables por el paseo de la Reforma, reunión de disidentes con el gastado bote de los juegos en la esquina, historias de otros hermanos muertos al exigir el cambio, que fueron aplastados por la misma maquinaria que presagiaba el progreso; las cárceles para los apestados, los que podían pensar o rebelarse ante el tirano, la forma diferente de besar  en la plaza a tu pareja, el grito del rock con otros gritos confundidos al perder nuestra inocencia, el engaño de los años y el retrato de un rebelde, la locura, mejor el nombre repetido para subvertir al verbo y luego el exilio, la hipocresía del discurso demagógico que de igual forma encierra al disidente.

Los lugares de intercambio en Buenavista por la música deseada, largas caminatas entre pasillos reducidos con libreros en lugares especiales, otras formas de consumo para idénticas formas de vida en coincidencia y después las oficinas, los papeles dibujados con diagramas vetustianos y caducos, los inicios de un progreso para un par de privilegios y dos colonias emergentes,
las materias sustitutas de la historia y la historia verdadera para unos cuantos, la ignorancia con no pocos diplomas a diez mil pesos el semestre.

Pero siempre la música es mi eterna compañía y la que cambió mi historia el acontecer de varios puntos en esta sucesión de paradigmas uno tras otro para romper el cerco y ensanchar la confusión en el planeta y después de varios siglos, el regreso como una moda más por esos años a la enseñanza de otros sabios diferentes, a las túnicas y el ágora en los oráculos de los anafres encendidos, el ocote y las plantas de la magia, el conocimiento sin la razón de los teoremas, la fuerza de luz en un instante cuántico, el humo del copal, la otra percepción de las estrellas, el constante conocer sin haberse conocido y un toque de espíritu en otro toque mágico.

Después la conciencia, el hombre nuevo que de tanto desgaste ha ido envejeciendo, el desahogo de las cuatro de la tarde alrededor de una mesa de cantina para olvidar los días repetidos, para cobrar el diezmo, la cobardía de no decir una palabra que disgustara al jefe o provocara que fueras conflictivo, las caricias pagadas para seguir en el mismo lenguaje del tirano,
para comprar el paraíso, de vez en cuando el diezmo.

En una tarde sin objetos de apoyo o desahogos simbólicos, como las dos palabras repetidas en un discurso largo, ¡Oh Dios!, como extraño la ausencia
de lo que alguien se robó sin darme cuenta y ahora nuevamente: El despojo,
un frío calado hasta los huesos y otras palabras que construyen mi lenguaje
me aseguran que de igual forma sigo siendo el mismo y este intento recurrente de la explicación sin el silencio, es mi forma de ser, mi propia ideología que  a estas alturas, de ser un devorador de letras sin rumbo, un retorófago en el manual de los no iniciados por el profundo mundo de los privilegios, aprendiz de principiante para lo que en este entonces el tiempo es un accidente, negador de las artesanías de la elipsis y la metáfora; regreso mejor al sillón cómodo de las cinco de la tarde a la espera de la verdad única en mi vida, en la vida de los hambrientos, en la apatía de mis paisanos, en la brutal postura de  los que leen las noticias y lamentan la tristeza ajena desde este cómodo sillón de la inconciencia.

Rechazar al premio Nobel de este año porque algunos se lo merecen o por que no comparto sus ideas, en fin, buscar en el espacio virtual de las imágenes la respuesta sin preguntas, el amor que alguna vez se perdió en una sala de cine en un barrio fantasma, las butacas de madera por donde las chinches se colaban hasta el colchón compartido con algún intruso de provincia, al menos la misma sangre y los juegos cambiados y los sueños y el cine y el beso único después de diez funciones con la vecina de al lado y los comerciales en su pleno apogeo y algunas noticias de un grupo que cambiaría la historia.

No obstante, en medio de balcones, prados perdidos en la ciudad universitaria, viajes interminables en un carro compacto y dos cigarros de mota, sin haber leído “In the road” y no entender las letras de las canciones, mientras una bruja blanca del imperio, apóstata, convertida en la diosa de la contracultura, me trasmitía el halo de la vida por medio de sus nalgas y dos pezones rosados en un cuarto de hotel barato, en tanto se escuchaba la música perdida entre sus letras de un judío converso en el templo de la tarántula con el pan y el vino para celebrar la vida en una noche de símbolos perdidos en la inmensidad de las sábanas.

Largo periplo hacia el lugar preferido de los gringos después de haber matado por obligación al miedo de lo que nunca comprendieron en esa década y sin embargo lo olvidaron, a pesar de la memoria digital y las letras grabadas en un rollo de papel que se fue por el caño, mientras  Mick Jagger, con su voz pastosa regalaba una ilusión de lo que no éramos.

La vida se desmoronó por un instante que se prolongaba en el tiempo de las necesidades y algunos lugares dejaron de ser los solares urbanos, las vacancias del espíritu por llenar y entonces la forma de dormir y las esperanzas se encontraban en el umbral de la sierra, entre los hongos descubiertos por otros hombres blancos y la clandestinidad de la guerrilla en Iztapalapa.

Los manteles cuadrados del café de San Francisco permanecieron intactos mientras unos ojos azules estaban inmersos en el espacio ausente, en la canción de los Who y los sueños que se fueron desvaneciendo entre cervezas narvartianas por alguna calle diferente a las calles de las tardes de niñas de uniforme de colegio de monjas y los buenos días de los vecinos luchando por lo que no comprendíamos.

Las manifestaciones calladas se desbordaban por el silencio de los diarios y las noticias de algunos muertos se esfumaron en la inconciencia provocada por la supervivencia.

Las matemáticas pasaron a formar parte del cementerio de los inútiles y la revolución de los otros repercutió en el largo pasillo de los silogismos y las interpretaciones absurdas de la historia, después se dijo que todos ellos estaban equivocados y terminaron en el manicomio.

Al pasar de los años, la maquinaria de la gran costumbre fue la devoradora de  sueños y solamente en alguna ocasión burlábamos a la muerte en una frase o una rica cogida que se perdía al día siguiente en otro nombre de mujer.

¿Cómo atrapar el instante en que las diferentes señales me indicaban que el mudo había cambiado y nosotros, los de entonces, ya no éramos los mismo?

Solo había una larga letanía de versos del evento posterior, del relato lejano que los historiadores de la forma nos convencían que era nuestra herencia, el pasado inmediato, el centro ceremonial de lo que alguna vez éramos, se había escondido en una sala de museo y algunas fechas memorables.

Siempre los hombres blancos denunciando a los hombres blancos desde ese largo viaje de la muerte hasta la muerte en “el corazón de las tinieblas” que un visionario apenas dejó asomarse de lo que en realidad no era la vida para todos.

Luego el escape, la fuga, el diálogo diferente para explicarnos y nuevamente los locos de la esperanza satanizados por la ideología encubierta del progreso.

El repudio de las geometrías cartesianas en una sala de monos  y un paréntesis del retorno en la isla de las contradicciones, el oxímoron nuevamente en nuestras vidas antes que el copal y la tierra sagrada del peyote, el grito y la catarsis de los que no acataban que su destino era un largo pasado.

El retorno de lo que en realidad fuimos para transformarnos en un amasajo de huesos y carne solidificada por la memoria.

El único sentimiento despojado de las capas superpuestas de la mentira a través de los siglos y el cero descubierto en un programa de televisión, la historia contada por Hollywood o las esperas desesperantes de la leche  a la mitad de precio cuando podía estar contaminada por la herencia maldita de la corrupción y el legado de la indiferencia para los que no eran como unos y no sufrían en ninguna devaluación que atormentaba  la clase media, la única “salvadora de la dignidad del ser urbano”.


Mas adelante llegaría la respuesta transformada en un sinfín de palabras que en ocasiones se asomaban tímidamente por la ventana o sobrevolaban por la playa de las caminatas, de la aceptación, mientras el inmenso universo nos recodaba que el colapso del tiempo solo era parte de la invención del hombre para crear dioses sin vestiduras.

Las rasgaduras del cielo donde se colaban las inmundicias de lo que en un salto cuántico habíamos generado después de un millón de años.

Finalmente no lo veríamos, la gran mayoría rezaba porque no pasara el infierno por sus vidas  y el Apocalipsis no llegara hasta después de encontrarse muertos y la descendencia pudiera hacerse cargo de un pasado que no logramos construir en los momentos de las confesiones.

Todos nuestros antepasado se encontraban hospedados en las páginas de los libros de texto, algunos querían borrarlos ahí mismo en aras del progreso. Yo regresaba nuevamente a la época en donde me sentía seguro y la esperanza no era una palabra obsoleta.

(Escuchaba a los Creedence, cuando los ignoré en esos momentos, Gerardo, mi amigo muerto, seguía vivo y sostenía la bandera de la vida mas allá de la muerte, soñaba con ser piloto, jugaba a que la vida era así como la que vivió después de vivo hasta la muerte..)

Me había cansado demasiado rápido del oficio de los números y las leyes, de lo que era correcto o incorrecto, de las múltiples llamadas a misa durante varios años en la misma calle de una iglesia.

Finalmente había sentido que de vez en cuando un escape de la moda de aquellos tiempos era el reencuentro con lo que me llevaría  a estos años donde renunciaba de todo, menos del juego de palabras que me encontraron en una plaza de Madrid en 1936, “Frente a la tarde de salitre y piedra”: Fue cuando Ulises y yo nos desplazamos al centro ceremonial de los aztecas para escuchar un inmenso discurso sobre la muerte y los espejos en una noche donde el brujo que me inició en el mundo de las sensaciones escritas, me enseñó a tejer mis recuerdos con las presencias de los símbolos y los fantasmas de tiempos que no eran lineales.

Bordados en que las mujeres formarían parte importante después de un proceso de aprendizaje hasta llegar al feminismo y recordar a las viejas hechiceras de la familia.

El círculo alrededor del fuego, los muebles viejos en un librero mágico y un hombre que me sorprendió con tres historias que me marcaron. El estilo, la forma, el sempiterno valor de la retórica en un espacio repleto de metáforas como mariposas de Kenya, rinocerontes  e hipopótamos  en las aguas de un río que ya había desbordado su porción de magia y sin embargo no pudo desgastar a la piedra donde la imaginación estaba escondida.

Palabras que generaban el acontecimiento, donde las teorías de la Física se desmoronaban, pulverizadas por lo que no tenía coherencia y sin embargo... se movían como los molinos de viento retando a Don Quijote o Don Juan traspasando el infinito para no hacer nada, solamente vivir y morir sin objetivos y discurrir en largas caminatas de lo que antes del caos existía como la gran metáfora de la vida, o la reunión de locos en un pequeño cuarto a punto de saltar el océano de las añoranzas para transformarse en los enfermeros de su propia locura.

Volar, ser la ausencia de todo y repetirlo siempre para ser determinados por si mismos y morir siempre y volver a ser siempre lo mismo.

Diluirse en la canción de Bouree de Jethro Tull o en el humo emergente para acordarse de unos ojos azules todo lo que hay detrás de ellos.

Apuntes para  "Narvarte" (2009)





 

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