jueves, 5 de abril de 2012

Narvarte (Fragmentos)... A mi cuate Jorge








A mi cuate Jorge

... Mi partida a Veracruz Se había convertido en una obsesión dantesca, como si fuera buscando a la Beatriz de mis amores,  por los planos entrelazados y los pasillos desconectados, los sótanos perdidos y el inframundo de las periferias citadinas, necesarias para rehacer los pedazos dejados en cada instante de mi vida, volver a pegarlos y cuando menos hacer un collage de ellos bautizándolo como “Por aquí me fui encontrando con la izquierda” o “ Por aquí me perdí por la derecha”, “Aquí me estacioné en la Narvarte” o al menos ese increíble título siempre dicho y soñado, y jamás realizado: “Rock o la posibilidad de que me ames así”. ¿Pero a quien o quienes lo estaba dirigiendo, si no a mi y mis fantasmas, a  mi y mis sueños logrados y no logrados aún”?

La melancolía junto con la confusión de ideas y un sentimiento desolado, me acercaban cada vez más a la reflexión de lo que siempre he tenido sin darme cuenta. Recorrer con mis recuerdos los tiempos en que todo era mágico, antes de que el “sueño se terminara” como alguna vez dijera John Lennon; me dejaba un compás de espera y de esperanza, que sin ser lo mismo se confundían en su definición. La mujer, siempre la mujer como pretexto, inicios de lo desconocido, viajes y lecturas para que me ayudaran a entender el mundo que me rodeaba en ese momento, siempre era aún en este momento; el símbolo de “lo otro”, la otra parte de mi sexo, más allá del pene y la vagina, de las sábanas sucias, después de encuentros efímeros o trascendentes, de atracones sexuales y físicos, o de viajes orgásmicos y eróticos, espirituales y existenciales, siempre como punto de partida o puerto de embarco y desembarco, estaba ella en los nombres de todas mis compañeras, amigas, tías, abuelas, maestras, vecinas, amantes, queridas que como sacerdotisas me empujaban a reforzar y ensanchar mis sueños y mis ideas sobre lo que me había tocado vivir. Eran el templo de mi soledad o de mis encuentros solitarios con el silencio cuando se encontraban ausentes de  todo misterio y habían resuelto el teorema, la vuelta de hoja de un calendario que se acumulaba por los años desgajándose en esos fragmentos de tiempo interrumpidos, en medio de palabras y escenarios disímiles, antagónicos, excluyentes y que sin embargo integraban el reloj personal de mi existencia; a través de ellas había recorrido los pasillos de la Facultad, los campos de la Universidad, las playas vírgenes del Pacífico, las playas infestadas de turistas, las campiñas y las montañas perdidas en la sierra de Oaxaca, los montes del sur de Chiapas, Comitán y San Cristóbal, Palenque, Xochicalco, Tajin, Teotihuacan, las cabañas del cobre y las viejas calles casi derruidas por el abandono del presupuesto de una ciudad (antes mas) hermosa como la Habana.

Pero aparte de María Teresa, Concha, la hermosa mujer de Puerto Ángel, Andrea, Diane, y esa legión de ángeles que me acompañaban desde que fui destetado, estaban las imprescindibles, la trilogía de mis pasiones y desamores, la dialéctica de la divina trinidad, el desdoblamiento de un solo espíritu en tres cuerpos, las que no fueron narvartianas pero que  fueron Narvarte y la Nápoles y la colonia Guerrero y Satélite y Echegaray y Tlalnepantla, desvanecidas entre ese manto protector de los locos que habitamos la Ciudad de México, y anexas.

Fueron Layla de Erick Clapton, Una mujer con sombrero de Silvio Rodriguez, El amor te hace niña de Nicola Divari, Los versos del Capitán de Neruda, Táctica y Estrategia de Benedetti, Imagine de John Lennon, Quiero la Poesía de Duo Sur, las manifestaciones con el PSUM, las pláticas clandestinas con el guerrillero seminarista en el comedor de mi pequeño departamento, El viaje a Palenque y Puerto Escondido, El Blues de la cabaña de la carretera de Los Doors, las noches de cabaret, el Tour nocturno del Follies, El Closet, El 77 y La Camorra, buscando como desesperado el perdón y la culpa,  y tantas cosas mas que fueron y que no fueron, que las tres se confunden en mis recuerdos, las tres se fusionan en mis pensamientos hasta volverlas una y ninguna, tres etapas tres momentos que como metáfora del desencuentro o símbolo de lo que no fue (con Diane), aferrado las quise encontrar en las viejas calles de la Habana, o las mismas calles repetidas del barrio de la Huaca en Veracruz, sin haber salido de ese espacio insulso y repetido de la colonia Nápoles, antes Narvarte y la vieja calle de Tajin, antes los arroyos de Tierra Blanca o los lotes baldíos de la colonia del Valle en que los pepenadotes almorzaban, entre otras cosas, los mismos saltamontes que atrapaba para después dejarlos como bocados exquisitos cuando el estómago no sabe de arte  (supuestamente) culinario sino de hambre, solamente hambre que se confunde por las vísceras con el Rock, o la Poesía, o la misma noche infructuosa en búsqueda de una caricia comprada; jugar a no dejarse fichar y apostar con el compañero de juerga aunque siempre quedábamos empatados con nuestros bolsillos vacíos y solo nos quedaba el consuelo de refugiarnos en el tugurio en que por 10 pesos podíamos escuchar en vivo alguna canción de Rock y entonces, nuevamente apostar que  el alcohol nos hiciera olvidar que la causa de nuestros itinerarios nocturnos, era la decepción de no encontrarlas, de no tenerlas, de no sentirlas.

Este viaje era el viaje del desencuentro, de las convergencias divergentes, tratando de rescatarme por medio del pasado, por un solo conducto espacial que era Narvarte diluido entre tantos lugares y aconteceres, recuerdos y permanencias, y siempre esa depresión que se desvanecía con cosas tan raras como un poema, una canción, la rutina como paréntesis de la misma y puta soledad, el vacío de las mujeres que navegaban por mi cuarto y mi propio vacío entre galletas saladas y café "Oro" como único alimento después de noches de parranda o de glamour, según fuera el caso.