"De hecho, cuando Japhy llegue a la cima de esa cumbre,
seguirá subiendo, lo mismo que el viento que sopla.
Pero este viejo filósofo se quedará aquí. -Y cerré los ojos-.
Además - pensé-, descansa y no te inquietes,
no tienes que demostrar nada a nadie"
Jack Kerouac "Los vagabundos del Dharma"
El viaje
Por los vericuetos en que me pierdo
por momentos
mientras mis dientes se desvanecen
por la ansiedad del encuentro,
en cada uno de ellos,
la lectura de un verso de mujer me hechiza,
la fallida esperanza de otra mujer me condena,
la edad sin prisas se desmorona
entre chasquidos de un futuro muerto
y nostalgia de un pasado no nacido.
El de mis años caminados
mientras la lluvia fina enamoraba el pavimento
mientras la lluvia fina enamoraba el pavimento
y las palmeras cantaban a ritmo en contrapunto
de un viento en ese entonces con la nostalgia de hoy;
el tiempo como siempre,
esa identidad sin geometría
me avisaba con las señales del momento sin memoria
estados de ánimo nunca imaginados
ni pensados.
Recorro las calles de una ciudad
y el mismo tiempo,
en un carril de soliloquios y luceros,
viaja conmigo de un punto a otro
entre estaciones del encuentro
y paradas sin recuerdos,
de una canción a otra, entre minutos de silencio,
de un perdido amor,
un cambio repentino de
escenarios,
la plática de un viejo maestro o un brujo moderno,
la lectura de un libro de historia
a la rebeldía del instante,
los carruseles alegría, sexo y cuatro caballos
en la intersección de los segundos mágicos
que ha tenido este planeta
de catástrofes, tormentas, sacrificios y rituales.
(Al recorrer el
instantáneo viaje de mil años
en un
segundo,
sin que la
física moderna me acompañe,
me detengo
en esa parte antes del grito
en
presagio de un hombre diferente,
por la
terrible soledad de una noche de ensueño
en el
hotel Mocambo, sinónimo del dios perdido).
Finalmente me percato de lo terrible que es estar
solo,
sin miedo ante la pugna infinita de la muerte
con el dios Eros,
invención de mil trampas,
comunión de soledades
en las multitudes en la calle,
creación de islas ideológicas
o realidad inevitable del desprecio
ante lo que en ese entonces se llamaba vida.
Y en otro estallido,
el rescate de un momento mágico,
perdido en la sierra de Oaxaca
o en la porción de tierra
de algún sofista de la India,
Se convirtió en tautología,
percepción diferente de la muerte,
liberación de la existencia,
destino manifiesto por la revolución de flores,
decreto descubierto por el occidente
fantasmas despertados por el canto perdido
de la bruja cósmica,
iniciación de chamanes por las nubes de agua,
espejos líquidos entre el humo de las velas,
el viaje en un camión inundado
por la profundidad del rojo,
el rechazo de la historia,
el poder de los ingenuos
y los cuerpos sin pudor del magazín,
retorno a las comunidades místicas
cuando la poesía era de todos,
mientras los ritmos del sexo sin condena escribían la
canción,
hombres de
ninguna parte
mujeres de
San Francisco
el camino
no encontrado a casa
el cuarto
blanco en medio del océano
el aullido
anterior en la antesala del infierno.
Las calles que se detuvieron en mi memoria
por la Narvate de aquellos días en la ciudad de México,
el pasón de mota y las visitas cotidianas al olvido
la vieja canción que no se extingue
cuando Hey Jude recordaba años después
que fuimos arrojados al precipicio de lo indiscutible
hasta llegar a la estación del retorno en el lenguaje,
los años aparentemente perdidos
y los amores que se fueron
atados con el hilo poderoso de la inconciencia
de ser grandes,
de no ser más allá de la tercera década,
de la esperanza
rota
y los cuentos de una revolución más;
de ingresar al mercado de consumo
mientras la utopía se perdía
en los reflejos
del espejo humeante
y los dioses sin presente
y los vericuetos con señales de la inocencia
despojada por las balas del miedo
en un plaza del drama,
representaban la matanza de Cholula
en otros tiempos,
siempre jóvenes,
diferentes jóvenes,
hombres sin edad, sin ser cronopios,
aquellos que por miedo al pensamiento
convirtieron el rito en la masacre de sangre,
el asesinato de una cultura sin miedos
la oportunidad de ser gigantes
derrotada por el pánico de ser hombre,
o lo que es lo mismo:
De verse reflejado en el espejo,
en el otro escondido en sí mismo
y a través de las lágrimas,
olvidarse de la poesía
y transformarse en magia,
reflejarse en la mitad del mundo,
bautizarse en la sangre
de los otros
y ser encontrado por la metáfora
del hambre y la miseria
olvidarse un momento
de los otros y reencontrar
el camino
con los que no son diferentes
al yo plural del desconsuelo,
el otro yo encarcelado por las ideas
de otros...
Y luego el pecado del olvido
la serpiente devorando a los que no rescatan su
memoria
en tanto que el amor se diluía en un beso
reclamando su porción de tiempo,
mientras las sábanas inútilmente lo ignoraban
y así pasó el tiempo,
algunos se fueron al exilio
del recuerdo de aquellos años,
otros se transformaron en lo que nunca fueron.
Mi destino y la poesía
estallan en metáforas de un pasado sin presente.
Prosigo en la cacería de estrellas
mientras Demian,
los Beatles,
Piedra de sol,
Rayuela,
Don Juan,
algún libro de Historia,
la poesía de Neruda y Benedetti,
Deep Purple ,
Vallejo,
Serrat y Silvio,
son las trampas que se esconden
en fracciones de un tiempo sin espacio.
I
Inicio mi periplo
interno en lo que tomo un Express en un Café al aire libre.
Leo un artículo
sobre Kerouac recreando su
iniciático viaje por el desierto mexicano.
Al lado de mi mesa
se encuentra un tipo ruidoso, muy en su mundo de seducción con pláticas
cotidianas de dinero.
Enfrente de mí,
molestándome, se encuentran los dos
libros de física que estoy leyendo desde hace varios meses.
Una mujer etérea y
virtual me espera en el otro lado del mundo.
Enciendo un
cigarrillo y me acuerdo de “Los detectives salvajes” de Roberto Bolaños, aún presente, quizá buscando muertos perdidos en
algún universo poblado de hoyos negros y planetas imaginarios.
Este es el primer
escenario del inicio de mi viaje.
Las palabras se me
atragantan entre las bocanadas de humo de mi último cigarro.
Espero el momento
preciso en que alcance el recorrido de las metáforas, el trayecto de lo
resuelto para solucionar el poema.
Se encuentra un
testigo de mi partida, anónimo, con un
nombre que no me dice nada, esperando que me suba a las palabras para acelerar
mi viaje.
Me observa, como los
fantasmas supongo que lo hacen, cuando nos miran inocuos sin alguna pasión
saliendo de lo que pueden ser sus ojos.
Las letras
desordenadas con las frases que se alargan por instantes en que el tiempo se
contrae, me recuerdan el periférico de la ciudad de México.
La paz, es una
palabra hueca; es subjetiva, anímica, con varias interpretaciones; me subo a
ella, pero es como viajar a todas partes que me conducen al mismo sitio; es
encontrar en esa búsqueda de la nada, una profunda salida en medio de un
universo real, el viaje externo de las paradas al infinito, mientras el
fantasma en otro lugar me recuerda que el tiempo no es la vida, que el tiempo
no es el cuaderno sin notas…
Al contrario:
Que el espacio es
otra palabra que alberga paradójicamente el vacío.
Porque como escribía
Octavio Paz en Posdata con otras
palabras: Las cosas nos llenan de nada.
Fluyo en el
diccionario, me reflejo en la sección de palabras no dichas, Viajo con mis
pensamientos a las mesetas alargadas, en donde el sol no Puede esconderse de la
noche.
Las historias me
dejan, abandonan con rapidez el autobús que me conduce a la terminal de lo no resuelto.
Ellas se quedan con
las palabras: vida, muerte, existencia, deseos, utopía, metas, objetivo y un
centenar de sinónimos y frases compuestas.
II
He cambiado el
Express cortado por un buen ron, el Café con la brisa del mes de febrero en un
lugar perdido cerca del mar, por un cuarto, en estos momentos, atosigante, en
el que habitan los diccionarios y los electrones, los gusanos que en ocasiones
se transforman en grillos y lagartijas, rodeado de imágenes que se desvanecen
en este transcurrir de verbos y metáforas (hay una fotografía en donde uno de
los habitantes de este cuarto se encuentra rodeado de vendedoras juchitecas en
un mercado que por ese entonces, la dulzura del zapoteco se confundía con las
canciones de Silvio Rodríguez y
posiblemente Don Genaro, Carlos o Don Juan se encontraban intercambiando
algunas cosas de poder).
El piano de George Winston, Dead can Dance y Janis Joplin,
también son un conglomerado de signos que el fantasma me proporciona para
alcanzar a otras palabras.
Kerouac (el responsable de este periplo, tierra
adentro) me recuerda el recorrido por las autopistas del rompimiento antes de
que se convirtiera al budismo.
Me estaciono entre
un sin fin de libertades que como mariposas en otoño, emigran a los sitios de
poder que la droga invadió y la estupidez que abunda en todas partes.
Aquí tampoco se
encuentra la palabra amor, solo el continuo vaivén de las partículas de la
melancolía que me regresa a aquellos años en que caminar por las calles era
sinónimo de ser libre, mientras se escuchaba Ey Jude por las ventanas, sin querer encontrar el camino de regreso
a casa.
Aquellos días en que
llevar el pelo largo no era solamente dejar crecer el cabello, y fumar un
porro, un chuvi, o un toque, no era lo mismo que comenzar el atracón después de
un par de chochos para que al final no pasara nada.
La melancolía era
otro gusano que los diferentes sinónimos de libertad miraban con malos ojos.
Pero ponto abandoné
la terminal de las utopías y los cronopios, aquellos personajes tan reales que
fueron descubiertos por Cortázar, me estaban esperando en la próxima estación
al infinito (como que si no supiera que tampoco existía).
Una lánguida voz de trompetas
y sonidos onomatopéyicos, se encontraban en la entrada, sabían que la nada era
la recompensa, o ese tiempo alargado, escurrido, como la cámara de niebla de
Wilson de un experimento de partículas ridiculizado por los granos del polen.
Metáforas tras
metáforas que se encontraban agazapadas, escondidas dentro del modelo para
poder entender al mundo.
Que es la luz, me
preguntaban. ¿Que es el contrastante mundo de una tierra con niños muriéndose
de hambre o sed? sin poder cuestionarse que es el tiempo, como pequeños
cronopios que desmoronaban los principios de cualquier religión, de querer
creer en otros mundos de la abstracción de la idea, mentes vacías, pensar sin
estar pensando y poder seguir preguntando lo que es (que se puede decir de lo
que es) y tratar de comprender las expiaciones con un buen juego electrónico.
III
Escucho a Nirvana, a CoDoNa en su tercer álbum y me detengo en mi periplo. También
quiero abandonar el autobús junto con los cronopios (el cantante de rock y el
chamán, el propio grito, ese lamento de Devorzhum
en Dead Can Dance y un buen toque
para olvidarse de las reumas mentales)
Sin embargo continúo
en este viaje interno, antipoético, antirecuerdos que no se han ido desde que
no pude encontrar el camino a casa y emerge la magia con Blid Faith y estos años que se detienen como sanguijuelas
medicinales en esas persistentes ideas de lo que es efímero, y seguir el camino
del matadero.
Hay una parada que
me anuncia el conductor, otro cronopio
que salió de un cuento de Cortázar, y
es un lugar parecido al manicomio, donde se encuentran: mi otro Yo, el
verdadero , mis amigos que el tiempo no pudo arrebatarles su existencia, que
para efectos de interpretación en este lado de la luna o el mundo en que se
refleja, o se observa, pueden ser bluseros, poetas, prostitutos, marginados,
guerrilleros, navegantes; miembros de Green Peace, cronistas de lo efímero (el Koyote se coló en este relato),
personajes de cualquier cuento, mariachis buscando la tocada a la salida de un
antro en que tocan música de Luis Miguel y RBD, etc.
La muerte, y no el
fantasma que me acecha constantemente en este viaje, me advierte que no pudo
bajarse y que al final, antes de alcanzar a mis competidoras y a pesar de los
soles de otros universos paralelos…ella va a ganar.
El lamento (otra vez
Devorzhum), la voz de un niño, las
estupideces de los Bush, las mujeres, el idiota juego de las levantadas y los
levantones, de las tocadas y las quedadas, la distracción enajenante de las
noticias fatídicas, las casiadiario, los premios Grammy, los Oskares, el
reguetón, me quieren atrapar en un juego en que alguna película mexicana de los
setentas como Las Ficheras, es la que
impone sus reglas.
El torbellino de palabras
encontradas (alcanzadas), las interrupciones, mis novias inexistentes,
palabras-objetos-norecuerdos, me presionan para entender que esto tiene que
acabar y me evado del juego, por la nota de otra "canción de las
estrellas", me voy, no se de mi, viajo, no hay nadie, solo el testigo de
la nada y por un instante como alguna vez con Bourée (de Jethro Tull), me escapo con el humo del lamento de lo
que no fuimos, ni somos, ni seremos…
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