miércoles, 13 de marzo de 2013

La palabra se cuece en el horno del intento






Desde el tiempo remoto de la Historia,
cuando el Hombre comenzó a escriturarla,
fueron sus manos que lentamente
modularon la palabra.

Pero antes fue el sonido planetario:
El rugido del tigre,
el vuelo del águila atravesando el viento
y sirviéndole sus alas como fuelle.

La procesión en silencios aparentes de la hormiga,
el zumbido meloso de la abeja,
el lenguaje florido de los pájaros
como un jardín de trinos en el cielo;
los reclamos insistentes de los monos,
el agua en sus diversas entidades:
lluvia,
cascadas decantadas
explotando con el agua
y el ritmo proceloso de las olas.

En todo ello, el hombre
y en su propio lenguaje inteligible,
aprendió a escuchar la sinfonía de la vida.
Luz y sonido que prodiga el cosmos.

Con el fuego
como flor luminosa,
vida y canto,
fue transportada el agua por el viento
para mojar a la semilla en la tierra concebida.

Cuando el hombre le trasmite al otro hombre
lo que había descubierto,
con esos ojos abiertos del asombro,
en ese despertar de la conciencia
nació la música,
y finalmente después de la metáfora:
La palabra.

Y aquel que en el inicio fue trastocado por el fuego
transformado en canto,
se convirtió en representante de los dioses.
Fue testigo del suceso:

Vio brotar de la tierra la Poesía.     

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