Río Coatzacoalcos en Minatitlán, Ver. (fotógrafo desconocido)
A veces me siento cañada,
pasos en trecho de espejo
hecho añicos por los años,
olvidado a la mitad del cielo
y en la garganta
otra mitad
de sus
reflejos fragmentados.
Otras veces
me siento dividido,
entre
silencio a cuatro partes
donde una
parte de mi ser
me
recorre en sueños
cada mañana
que despierto.
Hay oquedades,
hendiduras
rendijas de
este cuerpo desgajado
que solo a
ti te pertenecen.
La otra
parte se asemeja a un relato
de ciudades
y fantásticos lugares,
es un rincón
donde me pierdo solo,
refugio de
fantasmas y de duendes,
escondite
agazapado con la luna
y el
silencio compartido por la noche
con sus
saberes y magia fascinantes.
En el tercer
menguante
con duración
de un respiro,
hay
porciones de mar,
un pájaro
perdido
y un reloj
sin calendario
en la bolsa
de mi saco
donde los llevo conmigo
junto a un
cachito de luz
atrapado
por un
verso.
En otro lado
del camino,
cuarto
menguante
en mil
historias,
mundos
oscuros,
erotismos
aprendidos,
seres
luminosos,
soles
nocturnos
al acecho de
las sombras,
senderos
diurnos,
caleidoscopios,
geometrías
sexuales,
ecuaciones
amorosas
y mi Yo
extraviado
en algún
sueño.
Conocimiento
nuevo a ratos,
lenguajes del Nahual, el brujo
con todos
sus conjuros,
coyote,
piedra de lumbre
desatino de
estrella
incrustada
entre mis huesos
donde el
amor es hechizo solitario.
Un reflejo
de otro espejo
que no es
mío,
ni del
cristal que pulverizo
para el
polvo de mi viaje
a ese final
sin rumbo ni pasaje,
es
nacimiento del mañana
en este
presente compartido,
pleonasmo de
árbol y manzanas,
sonrisa de
alba, cometa,
parto dulce
en madrugada,
ninfa y hada
el ser prestado.
En algún
pasillo elíptico,
el mas
importante de todas
mis
sensaciones trashumantes...
Soy grito
roto cuando el poema
sale y
dialoga con los otros
en este
ciclo de relojes muertos
donde cada porción de tiempo
es caminar
de péndulo cautivo
en
gajos de luna y de silencios
sueño de
espejo reflejado
en otro
espejo en medio
de todo
el pensamiento
que se
piensa en otro
y así hasta
llegar al punto
donde se
genera el verbo,
eso que
llamamos Dios
la Nada y Todo.
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