I
No quiero plantearme nada que sea una condición de
permanencias; no quiero ser el que finalmente, despoblado, ante el
abandono indiferente del tiempo, deserte a sus recuerdos. Tampoco creo que el
amor sea una especie de mapa adherido a mi cuerpo marcado por las
estaciones de la vida. No es que sea
viejo para ello, solo el verano en su final me anunció que la existencia en su
pensar, es algo mas que sexo y fantasía, algo mas que bodas, nacimientos,
travesías, desembarcos, abandonos y partidas.
Es la reflexión
la que nos llena constantemente de preguntas y nos invita a viajar por
otros mundos en que muchas veces el vació entre ellos se confunde con aquellas
que no encuentran respuestas.
Quiero pensar de igual forma, que en dos estaciones,
dos paradas antes de la muerte, ese destino que irremediablemente a todos nos
alcanza, no es un final rotundo, si no una parte crucial de la existencia, la
introspección, el retroceso, el punto en que el inicio se pierde en la
respuesta de la nada, la metáfora que
también se escabulle en el silencio.
II
No me salva el amor para morirme, ni el verso que
reclama por tus besos, ni aquellos momentos locos de esperanza; no me salva el
tiempo ni tu silencio o la resignación de la paciencia. Me salva el recorrido,
el camino hacia ninguna parte. Dejé de ser Ulises buscando Ítaca para dormir en
los brazos de Penélope, pero sigo siendo el Ulises de Circe la hechicera, el
cíclope de nadie, el que no se deja atrapar por las sirenas.
Sigo siendo un albañil para tapar el orificio por
donde se cuela el universo, un oficiante de las letras y las cábalas, los pasos
sin pensar al infinito en los momentos que se inicia el rito, un artesano de
cometas y poemas que intentan descifrar las mismas cosas y al final, un costurero,
un sastre, y en ocasiones especiales, el hacedor de sonajas con ruidos de la
nada.
Espero ser el viejo que sigue siendo niño cuando juega
con esas cosas que los grandes siguen jugando a que son serias; saber que el
poder es un pedazo roto de mi cuerpo, es ir desnudo al mismo punto en que salí
desnudo, enfrentarme con valor a mis fantasmas, mojarlos, desprenderme de
ellos, convertirme en ellos.
Es por eso que no quiero permanencias, soy alguien que
camina y pretendo deshacerme en cada uno de mis
pasos de todas mis ausencias y presencias.
Hay muchos artificios para ahuyentar al pájaro
nocturno: criaturas, duendes, hadas, gnomos, elfos y un sinfín de cuentos
mágicos, travesías de soledades
compartiendo sus temores, aunque al final todas son una al intentar engañar a
sus imágenes; al final no es tu presencia, ni tu ausencia, ni esos juegos de
verano y primavera, al final no es la muerte en si la que nos gana, sino la
vida.
Al final, solo el espejo refleja el sonido de la nada
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