El diván
Solo, ante el psicoanálisis no puedo quedarme desnudo. Las fuerzas ocultas del oriente me lo
impiden, el brujo blanco no lo puede captar, tendría que transformarse en Nahual. Así una sola parte de mi cuerpo podrá “ver”,
la otra seguirá dormida hasta el encuentro de lo impredecible, del “azaar” no visto como modelo.
Las fuerzas ocultas y escondidas (como las galeras en que
los Batúes se morían y eran arrojados al mar) no “explican” el
Universo. El occidente ya está muerto
desde hace veinte siglos. Las demás
palabras mágicas no pueden ser conjuradas con el sistema cartesiano, tendríamos
que pensar en el anafre y la copra, en las cuentas tomadas para “hacer” el
momento antes del sueño.
Pero tuvo razón de ser el fuego devorando tres naves
enfrente de mi pueblo (cuatrocientos años después las mariposas emigraban hacia
el sur).
Las dos partes nos hemos mirado como extraños sin saber que
todas las etiquetas están sobremarcadas.
No nos percataremos de nada mientras alimentemos el sueño con
canciones de cuna (para un pedazo de tierra que nos es nuestra).
La gran mentira fue la sangre derramada por ellos en que la
muerte y el parto se confundían hasta “sentir” que todo fue parte del mismo
“entonces”. Entonces nos quedamos desnudos con la mitad de nuestros cuerpos que
se entrelazaban vestidos de la otra parte olvidada.
El misterio fue una mentira que nos dejó y escondió la
transparencia del cristal antiguo.
Un pájaro se aisló y voló sin gravedad ni atmósfera
no lo resolvimos y la madera con el fierro oxidado se
pegaron a la carne.
Mil quinientos años después la trampa se terminó de
elaborar y hoy sigue vigente. Eso es
todo.
2 de Noviembre
El día de muertos es una fecha que tenemos enraizada los
mexicanos, de una forma más que esotérica o mística; mágica y poética.
Pero los muertos no sólo son los que pasan a otro estado
existencial. También lloramos algunas
muertes en vida de ellos, y otras que tienen que ver con los impulsos de vida y
energía que transmitimos a una relación.
Es como si al hablar de ellos en realidad habláramos con
ellos (en vida), cohabitando con nosotros, dentro de nosotros, en nuestros
pensamientos. Su espíritu, en algún
momento se ha quedado detenido entre las paredes de una habitación que si bien
determinan el espacio físico, paradójica mente albergan las vivencias que como
cuerpo negro en una caja de resonancia, siguen oscilando de la tristeza a la
soledad, de la alegría a la plenitud de la vida, en medio de la obligada
ceremonia del olvido y las clásicas oraciones de la ausencia.
Si un libro nos representara a todos los mexicanos (en
nuestro multiforme colorido de mosaicos indistintos del espacio-tiempo, crisol
de futuros y presentes, como pasado común, olvidado por las aplastantes
verdades de la cultura occidental disfrazada en este suelo) sería “Pedro
Páramo” y entonces, “Comala” es el espacio en el cual a pesar de la
“modernidad” (?) nos desplazamos, rodeado y habitado por seres vivos y
muertos, o en fin, seres que se han
detenido permanentemente, seres que hacen del pasado su lugar común en el
tiempo.
Sentimientos apegados a esta realidad y a la vez
despoblados de ideas o pensamientos abstractos que los vieron nacer, encarnados
los recuerdos en todos los seres que apenas si nos detuvimos para identificarlos en momentos de dicha.
Seres, objetos (llantos de objetos) que en cada giro de este
inmenso carrusel de feria el cual nos participa la vida, mareados y dormidos,
salimos de él para pasar a otro ciclo que no nos puede dar la oportunidad de
que arrase el olvido y la memoria.
Somos seres nuevos después de muertos, pero con ese código
cuasi genético de las energías de la memoria depositados o heredados al
materializarse, o transformarse.
Es la única oportunidad que se tiene para enfrentar la
pérdida (tu ausencia, el olvido de todo lo vivido sumergido para siempre en tu
recuerdo).
Reconocer que la vida tiene que ser así, para que no te
vuelques muerto en ella, aceptar la muerte de todo antes que nazca, vivir
siempre estando muerto, morir siempre estando vivo. Luchar cómo un guerrero mítico (Tolteca) y
descifrar al Dios de Dioses: Tescatlipoca, “El Espejo Humeante”. Como si nos reflejara siempre para
después desvanecernos suavemente,
disipados en el humo retornado de lo que somos.
Qué somos, si no esa imagen convertida en humo? Algunas veces atrapados (como fotografías) en
la imagen del otro, y del otro, y del otro, para así encerrarnos todos en
“Comala” sin tener escapatoria.
Estamos muertos desde entonces, quizá somos
parte y continuación de todos ellos, o de todos nosotros, siempre tratando de
rescatarnos y de encontrarnos en esas búsquedas imaginarias cuándo nos
repetimos en el otro ser igual a nosotros en su esencia. Tratar de aceptar(nos) en la vida “terrenal” o
las construcciones monolíticas, entre las guerras y las festividades y una vez
“aclopados” en ese rito de ritos que puede ser el amor; huir, escapar,
escabullirse como el humo de copal en la ceremonia de la vida, y disiparse
hacia lo más inalcanzable del cielo.
Pero oh desgracia! Aquí estamos, también somos de otros, y
otros nos pertenecen, aquí estamos en este gran pueblo de fantasmas, entre los
mundos “raros” de la racionalidad que persisten en hacernos olvidar de todos
los muertos-vivos, con la lógica y la coherencia del universo físico, como si
éste fuera el único siendo el principio tan sólo, de la revelación de todas
nuestras criaturas hechas humo reflejado de lo que un día en ese intento de
dioses quisimos atrapar.
Viaje a Veracruz
(a Claudia Herrera )
Cambio de ciudad en un fin de semana, tomando una taza de
café veo llover, la tarde precipita mis pensamientos, me encuentro de regreso
con ellos, el cigarro y la promesa de una mujer por un instante me alejan de mi
mismo, Soy el cuadro de un saxofón sin
piano; la lluvia arrecia y el reloj marca las ocho apenas, escucho los tambores de una ciudad aislada, lejana, la
pieza de jazz se compone en tu silencio, la melodía se dirige a tus recuerdos
cuando ya no te pienso ni te nombro en este vano concierto callejero que me
empuja a la misma habitación.
Es difícil describir como la lluvia cambia de una ciudad
interminable, al transcurrir de un boulevard amarizado detenido por el tiempo
inútil de las palmeras que repiten el idéntico mensaje cada veinticuatro
metros.
Muto los nombres y las calles en el momento que quiero
comenzar el viaje, regreso a la conversación sin prisas, Hablo de todo menos de nosotros, es un trío
de soledades unidas por la sangre en que yo sirvo de enlace.
Nos desplazamos hacia el pasado, las palabras y las
autopistas sirven para que el tiempo encuentre ese instante exacto de árboles
en espera. La sangre a medias reclama
para sí el sacrificio de unos dioses muertos, la fallida descendencia de sus
hijos, la prolongación de su propia soledad.
Nosotros fluimos en un lento transcurrir de historias de
hombres y mujeres viejos, relatos de otros pueblos y otras voces. Se asoman nuevamente los fantasmas, surgen
los guerreros y los aparecidos, la cochina con suecos transformándose, la mujer
que espanta a los hombres que atraviesan el puente por la noche en un pueblo
olvidado del Istmo, un piano que se escucha sin que nadie vierta sus lamentos en la casa muerta.
Mientras tanto, ese diálogo que entablaba con mis fantasmas, el amor a ti
como pantalla de fondo, será rebasado por cada palabra nueva que emerge en
otras colocaciones del rito que no quería morir en ambos. Las mandrágoras y los chaneques se mezclaban
con todos los fantasmas que había dejado atrás de mí pasado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
GRACIAS POR TU COMENTARIO