sábado, 8 de junio de 2013

El diván/ (Día de Muertos) /Viaje a Veracruz






El diván

Solo, ante el psicoanálisis no puedo quedarme desnudo.  Las fuerzas ocultas del oriente me lo impiden, el brujo blanco no lo puede captar, tendría que transformarse en Nahual.  Así una sola parte de mi cuerpo podrá “ver”, la otra seguirá dormida hasta el encuentro de lo impredecible,  del “azaar” no visto como modelo.

Las fuerzas ocultas y escondidas (como las galeras en que los  Batúes se morían y eran arrojados al mar) no “explican” el Universo.  El occidente ya está muerto desde hace veinte siglos.  Las demás palabras mágicas no pueden ser conjuradas con el sistema cartesiano, tendríamos que pensar en el anafre y la copra, en las cuentas tomadas para “hacer” el momento antes del sueño.

Pero tuvo razón de ser el fuego devorando tres naves enfrente de mi pueblo (cuatrocientos años después las mariposas emigraban hacia el sur).

Las dos partes nos hemos mirado como extraños sin saber que todas las etiquetas están sobremarcadas.

No nos percataremos de nada mientras alimentemos el sueño con canciones de cuna (para un pedazo de tierra que nos es nuestra).

La gran mentira fue la sangre derramada por ellos en que la muerte y el parto se confundían hasta “sentir” que todo fue parte del mismo “entonces”. Entonces nos quedamos desnudos con la mitad de nuestros cuerpos que se entrelazaban vestidos de la otra parte olvidada.

El misterio fue una mentira que nos dejó y escondió la transparencia del cristal antiguo.

Un pájaro se aisló y voló sin gravedad ni atmósfera
no lo resolvimos y la madera con el fierro oxidado se pegaron a la carne.

Mil quinientos años después la trampa se terminó de elaborar y hoy sigue vigente.  Eso es todo.


2 de Noviembre

El día de muertos es una fecha que tenemos enraizada los mexicanos, de una forma más que esotérica o mística; mágica y poética.

Pero los muertos no sólo son los que pasan a otro estado existencial.  También lloramos algunas muertes en vida de ellos, y otras que tienen que ver con los impulsos de vida y energía que transmitimos a una relación.

Es como si al hablar de ellos en realidad habláramos con ellos (en vida), cohabitando con nosotros, dentro de nosotros, en nuestros pensamientos.  Su espíritu, en algún momento se ha quedado detenido entre las paredes de una habitación que si bien determinan el espacio físico, paradójica mente albergan las vivencias que como cuerpo negro en una caja de resonancia, siguen oscilando de la tristeza a la soledad, de la alegría a la plenitud de la vida, en medio de la obligada ceremonia del olvido y las clásicas oraciones de la ausencia.

Si un libro nos representara a todos los mexicanos (en nuestro multiforme colorido de mosaicos indistintos del espacio-tiempo, crisol de futuros y presentes, como pasado común, olvidado por las aplastantes verdades de la cultura occidental disfrazada en este suelo) sería “Pedro Páramo” y entonces, “Comala” es el espacio en el cual a pesar de la “modernidad” (?) nos desplazamos, rodeado y habitado por seres vivos y muertos,  o en fin, seres que se han detenido permanentemente, seres que hacen del pasado su lugar común en el tiempo.

Sentimientos apegados a esta realidad y a la vez despoblados de ideas o pensamientos abstractos que los vieron nacer, encarnados los recuerdos en todos los seres que apenas si nos detuvimos para  identificarlos en momentos de dicha.

Seres, objetos (llantos de objetos) que en cada giro de este inmenso carrusel de feria el cual nos participa la vida, mareados y dormidos, salimos de él para pasar a otro ciclo que no nos puede dar la oportunidad de que arrase el olvido y la memoria.

Somos seres nuevos después de muertos, pero con ese código cuasi genético de las energías de la memoria depositados o heredados al materializarse, o transformarse.

Es la única oportunidad que se tiene para enfrentar la pérdida (tu ausencia, el olvido de todo lo vivido sumergido para siempre en tu recuerdo).

Reconocer que la vida tiene que ser así, para que no te vuelques muerto en ella, aceptar la muerte de todo antes que nazca, vivir siempre estando muerto, morir siempre estando vivo.  Luchar cómo un guerrero mítico (Tolteca) y descifrar al Dios de Dioses: Tescatlipoca, “El Espejo Humeante”.  Como si nos reflejara siempre para después  desvanecernos suavemente, disipados en el humo retornado de lo que somos.

Qué somos, si no esa imagen convertida en humo?  Algunas veces atrapados (como fotografías) en la imagen del otro, y del otro, y del otro, para así encerrarnos todos en “Comala” sin tener escapatoria.

Estamos muertos desde entonces, quizá somos parte y continuación de todos ellos, o de todos nosotros, siempre tratando de rescatarnos y de encontrarnos en esas búsquedas imaginarias cuándo nos repetimos en el otro ser igual a nosotros en su esencia.  Tratar de aceptar(nos) en la vida “terrenal” o las construcciones monolíticas, entre las guerras y las festividades y una vez “aclopados” en ese rito de ritos que puede ser el amor; huir, escapar, escabullirse como el humo de copal en la ceremonia de la vida, y disiparse hacia lo más inalcanzable del cielo.

Pero oh desgracia! Aquí estamos, también somos de otros, y otros nos pertenecen, aquí estamos en este gran pueblo de fantasmas, entre los mundos “raros” de la racionalidad que persisten en hacernos olvidar de todos los muertos-vivos, con la lógica y la coherencia del universo físico, como si éste fuera el único siendo el principio tan sólo, de la revelación de todas nuestras criaturas hechas humo reflejado de lo que un día en ese intento de dioses quisimos atrapar.




Viaje a Veracruz
(a Claudia Herrera)

Cambio de ciudad en un fin de semana, tomando una taza de café veo llover, la tarde precipita mis pensamientos, me encuentro de regreso con ellos, el cigarro y la promesa de una mujer por un instante me alejan de mi mismo,  Soy el cuadro de un saxofón sin piano; la lluvia arrecia y el reloj marca las ocho apenas, escucho  los tambores de una ciudad aislada, lejana, la pieza de jazz se compone en tu silencio, la melodía se dirige a tus recuerdos cuando ya no te pienso ni te nombro en este vano concierto callejero que me empuja a la misma habitación.

Es difícil describir como la lluvia cambia de una ciudad interminable, al transcurrir de un boulevard amarizado detenido por el tiempo inútil de las palmeras que repiten el idéntico mensaje cada veinticuatro metros.

Muto los nombres y las calles en el momento que quiero comenzar el viaje, regreso a la conversación sin prisas,  Hablo de todo menos de nosotros, es un trío de soledades unidas por la sangre en que yo sirvo de enlace.

Nos desplazamos hacia el pasado, las palabras y las autopistas sirven para que el tiempo encuentre ese instante exacto de árboles en espera.  La sangre a medias reclama para sí el sacrificio de unos dioses muertos, la fallida descendencia de sus hijos, la prolongación de su propia soledad.

Nosotros fluimos en un lento transcurrir de historias de hombres y mujeres viejos, relatos de otros pueblos y otras voces.  Se asoman nuevamente los fantasmas, surgen los guerreros y los aparecidos, la cochina con suecos transformándose, la mujer que espanta a los hombres que atraviesan el puente por la noche en un pueblo olvidado del Istmo, un piano que se escucha sin que nadie vierta  sus lamentos en la casa muerta.

Mientras tanto, ese diálogo  que entablaba con mis fantasmas, el amor a ti como pantalla de fondo, será rebasado por cada palabra nueva que emerge en otras colocaciones del rito que no quería morir en ambos.  Las mandrágoras y los chaneques se mezclaban con todos los fantasmas que había dejado atrás de mí pasado.


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