viernes, 26 de julio de 2013

Una tarde de Rock





No es una pena? (George Harrison)


La tarde es dorada como las manzanas que esconden las hespérides, esas ninfas silenciosas que me traen los recuerdos que se mezclan con What a long strange tripp it´s been  de Grateful Dead. Leo textos, me vuelvo loco como amo de casa, selecciono tres horas de Rock desde la A de America… hasta la Z de Zappa y me dispongo a escuchar mi programa especial para que la palabra fluya a ese ritmo y tenga algunos baches de fresés con los Monkeys o Bread y en la S me pueda salvar Simpatía por el diablo o Simon cantando con Bob Dylan los sonidos del silencio, canción que me enredó la mente en la poesía en esos años en que Piedra de Sol y las frases en las paredes eran mi alimento y  también mi razón de ser.

Los amigos me envían correos de concursos literarios y yo me encuentro en un espasmo  de esos que no permiten avanzar ni quedarse detenido; leo nostalgias en los prismas del silencio de mi amigo Blues y un tren de una romántica ficticia en el cuento de Iván, mientras tanto escucho The last train to Klarksville de los “monkis”  y me conduce a otro tren hacia Atoyac un pueblo cerca de la sierra en el estado, con pantaloncitos cortos y azules, sintiéndome un Rover a mis 16 años y paco Arceo tarareándola arriba de un trampolín. Me distraigo y veo la fotografía de Luciano mi hermano ya fallecido, comiendo ambos en un restaurante cerca de mi departamento en la Nápoles, cueva de guerrilleros, prostitutas, vecinas cachondas y amantes clandestinos a la sombra de ese refugio que se convirtió mi espacio por aquellas tarde obligadas a tomar café chiapaneco en la esquina de mi casa mientras alguien lo usufructuaba.

No es melancolía, esa palabra que está de moda en esta tarde en el Taller cuando leo algunos textos, es ansiedad de escribir y seguir escribiendo y ligar las ideas que como tropel salen de mi mente y no quieren quedarse ahí. Esa comunicación conmigo mismo desde mi centro (egocéntrico dirían algunos) y ejercicios con la memoria de las cosas inútiles como alguna vez leería en la profunda filosofía de Betty and Verónica en un cuento de Archie; primera letra de mi abecedario roquero con ellos precisamente para que en la Q Quadrophenia me salve y en la B de “Behind blue eyes” me rescate Who y posiblemente el paracaídas de Altazor que como el mío hace treinta años nos pueda llevar a tierra firme; sigo recordando esa tarde de magia en una pantalla al ver Quadrophenia rescatada por el cine Versalles después de algunos años, como siempre, y salir casi al mismo día a ver Woodstock y con la C de Country Joe and Fish rescatarme nuevamente (finalmente la B terminó con Bob Dylan ).

Palabras del Rock, constantemente repetidas: Love, y Windows, Find (o can´t find), Tripper, Sad, outside, y el grito mismo alargado en las voces de Rogerr Daltrey o Robert Plant con la primera palabra, casi casi gritando en el auxilio y ya desfasada en la voz pastosa casi melosa de Don Mac Lean cuando comentaba como la música moría después de que el sueño había terminado, y solo le quedaba una tajada melancólica de “american pie”.

Mi ventana tiene puesta la vista hacia el cielo en esos atardeceres en que la música muere pero es devuelta en esos “tornasoles” anaranjados como diría el Blusero, desviándose en esa palmera que es mi vigía, mi centinela de los brujos y la guarida de los pájaros cuando el sol revienta a las 10 de la mañana.

Mi ventana es cómplice, sinónimo de lo que no me llevaré hacia el viaje, pero también es la visita siempre agradable de los pájaros de color amarillo que llegan de igual modo a susurrarme que están ahí conmigo, acariciándome y animándome a que viaje siempre entre palabras, en esos ejercicios musicales de oyente frustrado de la música  y la poesía. Metáforas vivientes, mis ganchos que se cuelgan con una facilidad asombrosa en el infinito, mientras deseo que termine la canción de American pie para continuar con Ral Doner (Girl of my best friend) regresando mas al pasado y las traiciones supuestas, aunque ¿Cómo podríamos llamarles así? Sobre todo cuando dos corazones desnudos se encuentran, pero viajo en ella (la canción) y en los recuerdos con lágrimas en los ojos de algunos amigos y el silencio obligado de la novia (la mía), enamorada de ellos.

Al fin que Pink Floid me rescata nuevamente en ese disco que habla de dinero y lunas y The Great Gig in the sky y vuelvo a recordar a Iván y su pasión por Richard Wrigth entre otros y ese grito plañidero finalmente, grito lamento, venida cósmica pero sin el otro, mas bien un conjunto de gritos que suavizan el piano y que parece voz de mujer con tintes de Daltrey, andrógino, ser completo sin necesidad de la búsqueda que se pierde o se desvanece como el humo.

Hey Jude en la versión de la producción de “Love” y todo lo que he escrito sobre una de las canciones que mas recuerdos me trae y mas presencias y fantasmas y mas todo o “Toda ella” parafraseando nuevamente a mi amigo y sintiendo como el naranja se transforma en un azul acompañado de esos grises que se pierden con el calentamiento global (sigo parafraseándolo) y los gritos nuevamente, como lamentos de lo que si pudimos mover o se pudo  mover mejor dicho, ya que solo fui espectador de los rompimientos y los desquebrantos del universo y los ladrillos o las paredes de Jethro Tull o el mismo PF que se encuentran en todo este canto a la esperanza y a no cargar las mochilas de la nada sobre tus hombros y no “dejarte engañar” en el órgano de Who, ahora entrada a un programa famoso de forenses genios, de esos que quisiéramos tener aquí en méxico en unas tres o cuatro ciudades como Tijuana, Juárez, Morelia, o el estado de México al menos.

El paracaídas se rompe y ya no termino el viaje, un vecino me distrae….

2 comentarios:

  1. Modesto abres una ventana en tu alma por donde puedo entrar a a rozar tus sentimientos. Un abrazo.

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  2. Como siempre, gracias por tus lectura y tus comentarios, Beatriz, Un beso querida amiga, agradezco tu presencia.

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