La
persistencia de la memoria Salvador Dalí
No cambiaría jamás
este universo informal
donde crecen las semillas de lo absurdo y lo genial,
donde el hierro se retuerce y se convierte en lo esencial. (Nacha Pop)
A Zaraceno y Viajero:
cronopios
I
Pasan
los días
y como algún título de memorias vivas,
también
pasan los años
con
todos los sucesos arrastrados al último vagón
y
las leyendas se incrustan en las sombras del recuerdo
por
las estaciones de un ferrocarril sin
destino,
como
un lento transcurrir
en
que los relojes mojados,
son
elipses dobladas por extraños sentimientos
sillas
de montar para un corcel de cactus
en
un desierto mágico donde las flores son de piedra
bañadas por una fina lluvia de tiempo, nacida de la
luna.
Los
pétalos son borrados por el lento acontecer
en
el largo engranaje de la historia
donde cada vuelta de tuerca es devorada.
II
En
este paréntesis de pájaros inmóviles,
donde
las palabras son ahogadas
por
el color profundo del silencio
en
el lago de los sueños;
una
niña juega con un aeroplano y una estrella,
en
una casa de agua encantada de un país lejano.
En
el momento que un hombre
espera el tren de las cinco de la tarde,
una
gaviota encendida con las llamas del futuro,
eleva
sus plegarias al azul profundo del alba,
sus
alas despliegan la esperanza
de arribar a un puerto sin aduanas.
III
En
las calles empedradas de memorias rotas,
calzadas
que conectan el sentimiento colectivo del pasado,
redes
perforadas del desatino conquistado,
caserío
abandonado,
pueblo
fantasma en que el ayer tenía un destino,
ahora
un libro inédito,
leyenda
extraviada en un mundo de acertijos.
En
las catedrales de arena
construidas
en la mitad del mundo,
el
soy,
el
eres,
son
polvo en la oración del infinito
recuerdo
sepultado en el arco del olvido.
En
esta iglesia abandonada,
brotan
crisantemos pétreos
y
en el centro,
la
madera nazarena,
cedro
de Líbano,
ahuehuete
perfumado,
altar
de ceibas amazónicas,
el
polvo pronunciado
de
lo que algún día seremos,
reloj
de arena,
paso
del tiempo de un cristal a otro,
duelo
de espejos,
las
dos caras de este accidente afortunado,
imagen
y objeto frente a frente,
misterio
y soledad,
carnaval
y cofradía
en
ceniza dibujada,
hola
y adiós en el abrazo de la muerte,
hojas
arrancadas en el libro del destino,
collar
de símbolos que el pensamiento teje
razones
sin razón en este viaje solitario.
Pero sabemos que no es polvo en travesía,
sino
el regreso al lago mágico,
la placenta líquida,
Stabat
Mater
amada,
tu
vientre iglesia de agua
jardín
de dátiles y acacias.
A
lo lejos una niña juega con estrellas
y
un aeroplano
y
un hombre sin equipaje,
espera
el tren de las cinco de la tarde
que
atraviesa el lago mágico de sueños;
del
agua viene y a ella torna
dulce
placenta,
útero
cósmico,
madre
universal.
Ella
lo espera
siempre,
deshojando
los pétalos del tiempo.
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