“Sigo en la misma lucha: la potenciación de la búsqueda
de la superconciencia” Leonardo da Jandra
de la superconciencia” Leonardo da Jandra
A
Eugenia Vicencio, en memoria
Me
encuentro detenido entre la encrucijada de los sentimientos Con el deseo de
viajar en la melodía que mi corazón
descubrió en la mitad de un camino que recorrí muchas veces en mis sueños; aún
en esas largas caminatas del olvido y el deseo de ser pájaro, felino, gaviota
que encuentra su destino en las crestas de las olas que a veces
acompaña la soledad de un saxofón en cautiverio en esas noches de estrellas en
medio de un mar que no encuentra su destino.
Hay
ocasiones que una vieja película de amor me recuerda lo que aún no he tenido
entre mis brazos o que lo he dejado pasar por esas situaciones de la vida que
no tienen que ver con la vieja canción de un crooner triste y perdido en un bar
despostillado, entre parroquianos en una galería de espejos derrotados,
carcomidos por el paso de los años, alfombras corroídas y cortinas de un
terciopelo antaño rojo, ahora desgastado por las risas y efímeras noches de
alcohol barato como el amor comprado por instantes.
En
la mañana platicaba con un vendedor de incienso y pulseras de cuero repujado, lo
quise sorprender con historias y anécdotas de antaño, para muchos, de hace
muchos años y para mi, que me encuentro en esta encrucijada, apenas hace un
tiempo como la lluvia y en mi aparente sorpresa de yo mismo descubierto por mis
fábulas, fui sorprendido, encontré diferencia entre lo que mi sangre llama y
los libros me hablan, como sentir, lo que es un guerrero que danza para
conservar el fuego y los sagrados templos y otros danzarines que solo bailan
alrededor del atrio, en la explanada y construyen la historia con sincretismos
religiosos en dos o tres ensayos.
El
pensamiento de lo que yo soy como los otros, sin ser un libro, una palabra o un
verso, detenerme a reflexionar en Chalma antiguo santuario de otro dios de los
toltecas que no quiere disiparse ni quemarse ante el espejo ni en el folklore
de un viejo barrio en estos pensamientos encontrados, la sangre, el sexo, lo
que está pasando en mi país, mis propios sueños que el tiempo quiere
triturarlos, mi corazón que se resiste con palabras o los números que son de
igual forma cabalísticos y mágicos, mi corazón entre metáforas o ecuaciones
recorridas una y otra vez desde los griegos hasta el fondo de mi alma. La
novela que se escribe o que no se lee, o se encuentra en un pedazo de cuarto o
un cajón, la que pasó en una generación y que en otra pierde su estado y otra
novela que persiste con esa narración de nuestra historia que se trasmite con
la palabra hablada o con la danza, como un cielo de ritos pintados con las manos
sin importar lo que convocan año tras año los pocos que leen en este nosocomio,
lo que puedan llevarse en sus alforjas y presumir.
La mayoría de eruditos en un país que los macacos nos gobiernan o que ese país son muchos pueblos y gentes y costumbres que han perdido su verdadera esencia cuando cambió el mercado, el trueque para los que no intercambiamos nada, ese no hacer para seguir en una danza.
La mayoría de eruditos en un país que los macacos nos gobiernan o que ese país son muchos pueblos y gentes y costumbres que han perdido su verdadera esencia cuando cambió el mercado, el trueque para los que no intercambiamos nada, ese no hacer para seguir en una danza.
Tener
que explicarle a quienes amo que a veces esta soledad, el aislamiento entre
palabras en una región de silencios compartidos y espejos no resueltos, es
necesidad del alma; sentirme descubierto por el compa, ver un documental de la
sierra de Guerrero donde el viejo con dolores encuentra su razón y su destino
en desfibrar la penca y hacer mecate, para así poder sustituir la mano de
metate donde se muele la semilla que antes fue nuestra y ver esa limpia de
dolores y reumas, que después de varios días el viejo acepta su destino: “es
que ya estoy viejo y eso no se cura con las limpias ni con el huevo cocido”.
Seguir
en este periplo solitario como empecé hace varios años o como empecé este texto
(yo le llamo reflexión, prosa, pensamientos cruzados, etc., pero quiero que sea lo que siempre ha sido, un
canto en solitario)
Reunir
el relicario, lo que en otros tiempos fue el verano, la historia de chaneques y
de diablos, de casa embrujadas o un templo donde hacían limpias rodeado de
palos de guayabo y cometas, papalotes, mariposas de papel, culebras de agua,
nahuales, matiné, casas de tierra y palmas. Aprender en otros libros de otra
gente y otras casas de cartón, leer a Rubén Darío antes que a nadie y emprender
el viaje del cambio a una ciudad inmensa en pleno corazón de la del Valle. Atravesar
nuevamente el istmo en una breve incursión entre las venas y el racismo
permitido, caminar por las ideas mientras el mar, la lluvia, el mismo sol se
colaban por la vieja escuela y nuevamente las palmeras en Narvarte antes que el
bulldozer las quitara y la ciudad y la poesía, que escondían las otras arterias
donde soplaba el viento y el fuego de nuevo se inmolaba en un largo pasillo
donde las matemáticas y el electrón hacía de las suyas y los sueños y los
Beatles…
La
vida es un sinfín de ritos, el café que saboreo, la música que escucho, el
incienso, o por ejemplo, este momento que escribo donde me siento descubierto, el
cruce de caminos, la tarde sin pájaros, las caminatas por las avenidas de la
indiferencia donde los pensamientos se reflejan con el humo, la llamada de un
amigo que interrumpe la palabra con palabra para colarse en el ritual de
soledades, otro amigo que en un jardín de ausencias zurce entre silencios este
camino entrecruzado y entre historias de Da Jandra y su viejo mentor
republicano, llega el recuerdo de un café en Oaxaca y Eugenia vagando por sus
calles antes que Don Juan, el brujo yaqui, mentor de Castaneda, entrara a Yosemite, mi viejo apartamento en la colonia Nápoles, donde ella
y sus amigas realizaban el mitote en ese punto que se convirtió en ombligo del
destino cuando en cofradías mensuales se reunían y mi espacio no me pertenecía,
solo eran ellas, las brujas del desatino descubierto que solo las paredes
celosamente guardaban sus secretos.
Un ritual de colores del crepúsculo, me recuerda que la edad es un constante movimiento y solamente el tiempo, la variable mencionada, es un caleidoscopio de imágenes cambiantes, un rincón donde se juntan los trastes viejos, el color ceniciento de mi pelo, las ganas de quedarse en esta casa,…
Un ritual de colores del crepúsculo, me recuerda que la edad es un constante movimiento y solamente el tiempo, la variable mencionada, es un caleidoscopio de imágenes cambiantes, un rincón donde se juntan los trastes viejos, el color ceniciento de mi pelo, las ganas de quedarse en esta casa,…
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