viernes, 19 de abril de 2013

El blues de la cabaña







El mundo híbrido ya no es mágico, no hay burbujas encantadas 
ni cilindros encerrando papiros, manuscritos, códices de verdades 
no reveladas para el grueso de la gente y pide que algo mejor 
que las piedras y la nada sean descubiertos por los signos ocultos 
del conjuro escondido en un portal en que el viejo hooker cantaba 
“of big town”; ciudades grandes que se tragan mis palabras 
anzuelos  como máquinas rastreras a la búsqueda de espacios 
todavía no descubiertos por los sueños.
¿Por qué no acechar a la palabra que se esconde 
tras el sonido simple de una guitarra valenciana 
saliendo de un cuarto, a través de la ventana?

A Blusero, Oscar y Nacho, tres chamanes del Blues

I

El principio (o el Blues y su parte mágica)

 
En el final de los tiempos, o mejor dicho: en el principio del final de 
los tiempos aparecieron los guerreros dormidos para intentar romper 
el hechizo que sufría el planeta.

Todo comenzó con los cantos secretos de la tristeza que salían de las gargantas 
profundas para hablar de la injusticia y la maldad de los hombres, de la opresión 
que ha sentido una raza que en secreto conspiraba con el silencio al calor de 
las hogueras que resplandecían en las noches en que los espíritus de los 
prejuicios andaban sueltos  y los demonios conspiraban con los hombres 
para enfrentarse al espejo.

Las espaldas cansadas de los viejos, agobiadas de sol y horadadas por   
el látigo de la ignorancia y el miedo, soportando el peso de otras vidas 
ajenas a las suyas, marcaron la parte resonante de los pulmones para 
que, el lamento de su esclavitud y por la tierra perdida que les permitió 
ser gigantes en una ocasión, ya olvidada por la historia, se convirtiera 
en el sonido de los dioses y fluyera como un bálsamo para sus almas 
deseando volar al punto de partida, junto al  sonido del viento.

Las otras voces que fueron iniciadas de igual forma alrededor 
de la hoguera, en las cuevas que protegían los grandes secretos 
de los tiempos, poco a poco se fueron diluyendo al compás del 
olvido y la ausencia, de la supuesta libertad rescatada, de la tierra 
y la carne arrebatadas a los otros  dioses que encadenaron 
con engaños al que  robó el fuego para  los hombres en 
complicidad con otros inquilinos del Olimpo, escondidos 
entre las constelaciones del universo.

Mucho tiempo después y a pesar del aprendizaje de los hechizos 
y las recetas para elaborar los rituales con los símbolos, de descubrir 
la metáfora del círculo y la alegoría del fuego hecha música; ellos se 
olvidaron nuevamente de los agravios recibidos y desearon convertirse 
en los nuevos moradores del cielo. Otra vez el espejo enfrente del 
espejo para que al final la nada fuera la última reflejada; 
sin embargo, en  muchos lugares a destiempo fueron protegidos 
los cantos  al compás de los secretos, que con acordes musicales 
dejaban rastros  para encontrar las regiones del planeta donde 
se encontraba encerrada la fórmula del despertar de la conciencia. 
El mundo se fraccionó por un instante en el tiempo del universo 
y los brujos conocedores del ritual,  también fueron dispersos, 
escondiéndose con el humo entre las respuestas halladas al final 
del espejo y en otras ocasiones con el canto mudo de los pensamientos 
y perdidos en la inmensidad de las montañas o las profundidades del océano.

Las llaves se arrojaron a la hoguera y se transformaron mayoritariamente 
en árboles y las plantas creciendo bajo su protección y en otras ocasiones 
en sonidos que abrían las puertas de los sueños dibujados del bosque 
y el desierto.

Tuvieron que pasar muchas constelaciones para que de vez en cuando 
una llave se encontrara y una de ellas seguía olvidada por la soberbia.


II
La continuación (o el Rock y su parte cósmica)

La energía primaria  liberó a las partículas que se encontraban secuestradas   
en el cosmos, con la ayuda de las cuerdas de gato y las plantas 
de la luna, y viajaron con las nubes, por los mundos perdidos 
que se encontraban en los ojos internos del espíritu mientras  
 los brujos cantaban Blues con acordes celestiales para el consuelo 
de sus pupilos que absortos contemplaban los lugares sagrados 
donde los poetas alababan a los dioses de antaño: los protectores 
de los iniciados danzando alrededor de la hoguera al ritmo de 
los tambores elaborados con humo y piel de cordero.

En el principio, las cabañas perdidas en la inmensidad del bosque, 
escondían las almas de los que nunca quisieron ser esclavos; 
también eran las guaridas del coyote que se transformaba en pájaro 
y atravesaba el océano para despertar una vez más a los guardianes 
del sueño.

La educación de los monos y los pericos se tomó un largo proceso 
en que las comunidades del fuego y de la luna pudieron liberar al
conejo y las lagartijas de la trampa que sutilmente la serpiente elaboró.

Fueron despertados de un largo sueño en que la conciencia se 
encontraba en la otra esquina del cosmos, esperando al sacerdote 
junto a  sus utensilios para el conjuro, elaborados con el grito y 
los lamentos de la soledad, para ahuyentar al rastrero reptil 
hipnotizante; entonces el bosque encantado sirvió también de 
un refugio ideal para las flores bañadas por los murmullos 
luminosos de las estrellas convertidos en sonido después 
de que, en la ciudad de los dioses se decretara que la música 
era el último eslabón para salir de las gravedades oscuras.

El Apocalipsis dos veces anunciado en cada mil años terminó de 
colapsarse, solo quedaban vestigios, ruinas, cenizas y todos 
cantaban con los versos liberados que se encontraban guarecidos 
en la caja de cristal, vigilados por las brujas de la madrugada; 
los espíritus del bosque y del desierto, danzaban felices y 
próximos, libres de las ataduras nocturnas y de los sortilegios 
anudados por los cabellos de la luna.

En otros lugares en que la nieve simboliza el reto de la nada, 
el transporte del pensamiento que se ahoga en el propio 
lamento desesperado del silencio, esperaban ser liberadas   
de igual manera las eufonías atrapadas en el hilo de metal 
y las trampas para espantar al vacío. Entre los monjes tibetanos 
y los brujos, los druidas y los huicholes, se encontraban presentes: 
el gran señor del desierto, el señor del viento, la dama de la lluvia 
y la mariposa de las alas doradas viajando solitaria en un cayuco a 
través del río de los elefantes marinos.

El largo aprendizaje en que los alquimistas se hicieron hombres 
(de conocimiento) al entender los mensajes de las imágenes, 
dibujadas en las paredes de las ciudades ahogadas por 
la ambición de los ignorantes, fue una parte importante para 
que el verso pudiera terminarse.  Habían vencido al miedo.

La música era la forma de hacer poesía por esos tiempos. 
La máquina de destrucción no ha podido callar su reclamo.

Así nació el Rock.

Mayo 2008



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