Camino por la playa y veo el mar imponente
como una metáfora del universo,
el concepto de Dios en mis alforjas,
ese Todo y Nada
y la oración diaria que me hace recordar
a una querida hermana que lucha
contra una enfermedad que no perdona.
Quiero guardar las frases que el horizonte provoca
y así retener el poema construido con la arena.
El infinito se aparece
reflexiono ese momento de la historia
cuando Aristóteles lo descifraba
y en algún discurso lo bautiza
con las aguas del mar
Jónico
para perderse en el Egeo
y así cambiar de dimensión
con el transcurso de los siglos,
transformado en sí
mismo
agazapado en miles de ellos
en el rincón Borgiano del Aleph cero
La vida es una rejilla que difracta la esperanza
en un suceso dividido en dos eventos simultáneos
fundamentados en las reglas de un juego de azar
entre una metáfora y un teorema.
Tomo una imagen del mar y la mañana
detengo el infinito en un instante
un infinito en otro como cascada de bullicios
o una porción de la memoria que ya es recuerdo
laguna de silencios en medio de la nada.
Me olvido de mi amiga, del poema y de mí mismo
y el poema se borra en mi memoria,
sólo me queda esta sensación de otoño primerizo
y un estado de ánimo desarmado.
El mar ahora es solitario e indefenso,
una variable en la ecuación de la existencia,
el móvil para creer en dios la nada y todo,
un tropo requerido para un verso,
el pleonasmo para sentirme vivo y muerto,
vuelto a nacer, morir de nuevo
en este interminable dialogo de espejos.
Afuera de este discurso “Cantoriano”,
el mundo sigue reafirmando a Hubris
y yo dentro de él,
huyo por esa rejilla de infinitos,
me difracto y así me multiplico,
detengo el tiempo
camino hacia la vida
escucho su latido
divago y muero
nazco de nuevo
me pierdo por el día
hasta que otro pensamiento me descubra.
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