sábado, 15 de octubre de 2016

Sin vos





Siempre que me tocas el mundo cambia...


Se amontonan en el silencio las palabras que nos dijimos,
se me atragantan con el discurso matutino
de los seres mágicos y alados.
Se diluyen por mis entrañas con los tragos del café,
preparado con las sílabas de tu nombre y el olvido
de unos versos que se quedaron perdidos entre sueños
y fueron dibujando tu rostro y el contorno de tu cuerpo
hasta dejar solamente el terrible desconcierto de tu ausencia.


Ahora despierto y me despojo de un fuego encapsulado.
Los sonidos cotidianos de una mañana de otoño sabatino
acompasan el canto de algo llamado amor, razón de ser
en cinco movimientos con una suite de sexo y de dulzura,

La terrible necesidad de tenerme   siempre contigo
con los momentos donde nos fuimos desnudando
hasta quedar abrazados en el imaginario del deseo
y ser solamente nosotros,
los que siempre nos tuvimos para no morirnos solos
y así resucitar en nuestras bocas.

La magia, el café, tus ojos (y más tu boca milagrosa),
me rescatan para dejar de reflejarme en otros ojos
y detienen la espiral de esta vorágine de espejos
que me degluten en el remolino de los días sin vos,
es decir, cuando no te siento, ni te pienso, ni te leo,
es morirme lentamente en la rutina de lo improbable
de saber que un día cualquiera, sin despertares mágicos
rodeado de páginas rojas y seres abandonados de sus sueños
deambulando entre la indiferencia de las sombras…

Amaneceré inerte, despojado de mi sin darme cuenta
y entonces seré como los otros seres que no te habitan,
un fantasma más sin ti,
sin mi
sin todos los nosotros que un día fuimos.



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