sábado, 3 de septiembre de 2016

Llueve





 Imagen de noticiasmvs.com


Cuando llueve en vez de tristeza
recuerdo con cariño otros momentos
en que el calor que asfixiaba la rutina
en los días sin deseos insatisfechos
era ahogado por el lamento de las nubes.

Nostalgia ahora empañada con sonrisas
no por las lágrimas del cielo
sino por aquellos tiempos
en que el sexo era conjugado
con el amor platónico,
la ilusión de verla alguna vez entre mis brazos,
la pasión por la clases de Física e Historia,
los juegos de temporada,
las primeras visitas al café de la Parroquia
los bailes cursis de las debutantes,
los paseos alrededor del círculo
caminando en sentido contrario
a las manecillas de un reloj estacionario,
las noches del domingo cuando no eran tediosas
y los rostros de muchachas con fingida indiferencia
que se sabían mirados y admirados por nosotros.
Yo ilusionado, esperaba con ansias unos ojos
color miel y sin saber por qué, mi corazón latía
más rápido que en otras ocasiones, cuando a lo lejos
veía llegar a la muchacha que me hizo amar la lluvia
la plaza de armas, el edificio de mi escuela,
las clases de Química, la canción de "Payasito",
"Nunca mi amor" y los Románticos de Cuba,
en esas noches de verano en el nuevo malecón
donde los amigos hablaban de mujeres, de autos,
de películas, de viajes al Distrito Federal
y los sueños de ser doctores o ingenieros.

Se acurrucaban los recuerdos de los días
en que no importaba el dinero solamente,
aunque era necesario para entrar al cine,
tomarse una refresco o una cerveza,
a las doce treinta en los Portales,
o comprarse un pantalón para asistir al baile,
también era importante aprender un par de pasos
cuando por la calle principal se caminaba
o en las fiestas escondidas se bailaba;
irse de excursión al río Atoyac,
viajar en tren a las 6 de la mañana
mojarse dentro de la casa de campaña,
hacer la junta del clan de Rovers
con pantalones cortos en un lugar
del centro, en que nos vieran todos.

Sentir la lluvia me ubicaba
con una sonrisa entre mis ojos
en el mismo escenario de hace años
la felicidad de atravesar con dignidad
y algunos momentos de inconsciencia,
de dolor y mucho amor y desamor,
aquellos días de adolescente
en que el mundo lo atrapaba en un puño
y el sol cabía en mi bolsillo.

El ver caer la lluvia me hizo pensar
en aquella muchacha hoy casi abuela,
me regresó a las lunadas en la playa,
el paseo en el auto de algún amigo
por un boulevard amarizado,
escuchando el primer disco de los Beatles
y para los amigos mayores y románticos
un disco del trío de los Panchos.

La lluvia no siempre es nostálgica,
ni triste, ni moja la ciudad de las ausencias,
no baña solamente la acera de las penas…
también riega el páramo olvidado
de los recuerdos dulces.

MHG 2008

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