Escuchar América era sentirme acompañado de Mundo y su increíble pasión por la música de Rock, recordar el concierto que asistió en sus vacaciones por el Paso Texas y las cervezas que se acomodó entre rola y rola, era recordar al amigo que siempre me estaba criticando y cuestionando con esa manera ácida de decir las cosas, molestas pero que al final de la plática me comentaba que se la había pasado muy bien, era recordar su carrito Renault verde con blanco, cuadradito, deambulado por las calles de Narvarte, y de vez en cuando quemando un cigarrillo que traía escondido en los dobleces de esos pantalones acampanados de mezclilla que eran su orgullo, lo que lo representaba como gran matador de Narvarte, platicar con el de sus clases de psicología y la pasión que poco a poco se iba a apoderando por ella , sus incursiones en la pantomima y el desarrollo de una personalidad que se fue formando solitariamente adquiriendo los rasgos de un carácter obstinado y decidido a conseguir sus metas.
Cuantas cosas no pasamos juntos… Aparte de mi
iniciación con la yerba y los Rolling Stones, era acompañarlo al Chopo a
intercambiar discos y platicar con sus cuates, como todo un acontecimiento en
el corazón verdadero de la comunidad del Rock en México por aquellos años
perdidos de finales de los 70. Ir al cine de vez en cuando (le gustaban las
películas del nuevo cine alemán y en donde aparecían sus ídolos del Rock como
David Bowe) asistir a la premier de 1+1
simpatía por el diablo con el y Ulises, recorrer los cafecitos cantantes
que no calificaban de peñas ni de cafés cantantes quizás de hosterías como la
del Pesebre por la colonia Florida. Hablar de la psicodelia y las cambiantes
formas de esta sociedad que nos ahogaba y nos salvaba a la vez.
Platicar con Mundo, salir con el era todo un
acontecimiento, un pase mágico a la manera de los pases de Carlos Castaneda,
ahora que escucho una antología de América, ese grupo inglés americano,
continuador e iniciador del verdadero Soft Rock me llevaba a otros puntos de
encuentro en que los camellones de Cumbres de Maltrata y sus palmeras
imponentes nos observaban en esa dialéctica urbana del “no hacer” y que sin
embargo las metáforas y los acontecimientos extraordinarios fuera de la rutina
se gestaban sin que nos percatáramos de ellos. “A ver esas chaaavasss”
comentaba cuando pasaban por donde nos encontrábamos casi siempre en la esquina
tomando una coquita en la tienda con sus uniformes de los colegios de monjas o
escuelas para secretarias y la falda mas recortada que los uniformes de las
monjas.
Mujeres, sol de las 6 de la tarde, ruido de
claxon, gente caminando y los amigos que llegaban y se iban como si ese fuera
la base para despegar a cualquier parte, al trabajo, ver a la novia, ir al
cine, tomar un café o simplemente quedarse pegados en la esquina hasta que
cerraba la tienda o nos aburríamos y decidíamos a tomar un café mas en nuestras
vidas en los escasos cafecitos de la col Narvarte, ya que no queríamos emigrar
de la cuadra, del barrio a la espera de las amigas y las mujeres inexistentes.
Pero siempre eran las pláticas de la música el cine o cualquier libro que
cayera en nuestras manos. Por Mundo había decidido escribir ese poema perdido
llamado En una esquina de Narvarte platicando con el tiempo, por Mundo y toda
la banda. Un poema en tres actos que quería convertirse en una historia de
algún chavo que emergía del vientre de la ciudad abortado por el mismo ruido y
el smog, el mismo cuento que quisimos presentar para el examen de admisión a la
escuela del cine de la UNAM
(el CUEC) y nos rebotaron completitos, las 7 puertas antes de nacer pero en
fin, ese era Mundo, carismático, raro, inteligente, modesto y aparentemente
reventado encerrando un espíritu fresa y aburguesado.
Con Mundo era Grand Funk y Gimme Shelter a todo
volumen, Avándaro y sus cuitas y aventuras, la mota y los Rolling y su refresco
de Orange, su visión del Rock progresivo con un grupo casi desconocido tocando
música celta (Malicorne) comprado, canjeado en el Chopo, emocionarse con Marcel
Marceau y ganar dígalo con mímica
teniéndolo de compañero, Mundo era de los pocos que podía considerar que solo
era Rock en su vida, en su manera de pensar, en su vestir, en su filosofía,
para el no existía la política ni los movimientos sociales, ni la guerrilla,
solo el Rock y la pantomima y el cine de Bergman y Wim Wenders.
Mundo era mas Jagger que Morrison, mas hombre
de hojalata que Grand Funk y a pesar de todo esto mi cuate Mundo era fresa…
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