Una palabra casi extinguida apareció de repente por el umbral
del cuarto, donde suelo almacenar los sueños para después clasificarlos, y en
la mayoría de los casos descartarlos, por inefables o inescrutables con el
código que utilizo para interpretarlos.
Pero esa palabra, efímera, se asomó y
sólo fue un intento cuando despareció. Quise buscarla en el viejo diccionario
que consultaba cuando no podía encontrar otras que se escondían entre los
sueños, pero se desvaneció y quedó su aroma como si fuese petricor y un sonido acendrado,
melifluo.
Me quedé con una opresión gramatical
parecida al sentimiento de inquietud o azoro posiblemente.
Las palabras que suelen aparecer al
lado de los sueños decodificados son benignas porque van tejiendo el relato por
capítulos; le dan forma a un pensamiento, la sensación de haber vivido esa
parte de la historia como si fuera el sueño, el vehículo para descifrar el tiempo (de un relato estático), donde el
pasado es un déjà vu que se confunde con lo que no ha sucedido, o lo que se
está construyendo con el trabajo invisible, sigiloso y mágico de aquellas que
se asoman para que puedan reconocerse en los estados de ánimo.
En ocasiones como esta visita inesperada
y sorpresiva, detienen el relato.
La palabra es el rostro de todos los
eventos, en el universo, ellas dibujan, crean, descifran el misterio de la
nada.
Una palabra emergió de repente, se me
reveló como si fuese un regalo de poder como dirían los brujos. Pero no pude
detenerla, mi espíritu se encontraba lejos, no estaba conmigo.
Seguiré esperando pacientemente su
regreso mientras contemplo la ausencia del verbo.
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