viernes, 4 de noviembre de 2016

Narvarte -Introducción-








                                                                    



Estamos metidos en el fondo de la botella
no podemos escarbar,
removemos la tierra a dentelladaspara encontrarte

(1982)
Parecía que el tiempo se hubiese detenido en todos estos días, si tan siquiera 
encontrase la respuesta interior de todas mis inquietudes. Ya no quedaba nadie por ser culpable, todos estábamos atrapados y los viejos sueños entre ladrillos Narvartianos me regresaban todas las caras celosas del tiempo-piedra, las ganas locas de volver a ser nada (como si en estos momentos el jueguito del ser lo tuviera resuelto) y ser nada significaba la libertad encerrada entre tantas glorieta de antaño, camellones en donde retozar la hueva filosófica, esquinas acomodadas estratégicamente para tomarse una “coquita”, algún árbol adecuado para desaguar, el bochito de Píramo que nos transportaba hacia cualquier lugar del Sur, testigo mudo de cerveza y marihuana, lugar de reunión para escuchar “Vibraciones” pláticas esotéricas con música de Cuco Sánchez mientras tomábamos una que otra cerveza, la hora de Chicago que tanto emocionaba al “Güerito” en fin, nuestra segunda casa, quizá la única por esos tiempos  sesenteros en donde todo el mundo se daba cita para visitar o partir de Narvarte.

¿Cómo pudo haber comenzado todo esto que oscilaba entre John Lennon, Los Panchos y Julio Jaramillo, Julio Cortazar y este pinche mundo lleno de mierda?

Los años habían pasado y no podía pagar un sicoanalista progresista, la Universidad quedaba lejos, mis poesías eran solo leídas en noches de reventones nostálgicos por mi cuarto, mi mujer me había abandonado después de haberla atosigado entre tantas canciones  de los Beatles y Led Zeppelín, Píramo ya no estaba, se encontraba lejos de mis inquietudes como para poder darme ánimo y seguir sin ella “La gran Maga”, mi aterrizaje, mi reencuentro con mis raíces.

Me encontraba solo y eso no tenía vuelta de hoja, desperté de un sueño de 16 años, ¡Demasiado largo para ser verdad!

Me preguntaba cuantos habría como yo, no podía creer que fuera el único atrapado sin salida en este laberinto de mierda repleto de oficinas burocráticas y ahora tecnocráticas, la misma gata, trampas sofisticadas para los pendejos que nos creíamos distintos, en esos momentos en que hasta los muertos votaban por el PRI.



El rompimiento se había dado, el globo de Aquiles estallaba después de tantos años de espera a la no posibilidad. Ciudad Universitaria se encontraba extraviada en algún lugar remoto del Sur, al cual todos los caminos estaban cerrados por la memoria y principalmente el olvido de algún sueño perdido entre un disco viejo de los Beatles y alguna manifestación contra los salarios caídos.

Resultado de imagen para Enrique rebsamen NarvarteLa metáfora de Eva que quiso apoderarse de ti se desvanecía en el momento de terminar el poema, malgastando las letras cansadas de inercia y falta de acción.

¡Oh esos grandes y locos sueños de escritor urbano!, retomando los recorridos de cualquier aprendiz de antropólogo, émulo de Quetzalcóatl o turista europeo ocioso y cansado de búsquedas por el Nepal o algún lugar cercano a San Cristóbal o Palenque  y porqué no? las viejas minas de Santa Fe  a unas cuadras adentro de cualquier capitalino ex provinciano, urbano terriblemente urbano.

Los viejos sueños Narvartianos se habían congelado entre tantas reuniones de ron y mota, de alguna encamada con quien se dejara atrapar por las mismas frustraciones y los sueños de opio.

Se encontraba lejana en la memoria las pláticas con el lechero desarraigado (ahora inexistente) o por la misma paisana abandonando Puerto Ángel para cosmetizarce, recuperarse, dignificarse ante los suyos.

No había escapatoria por ningún lado que se viera y entonces ya no nos podíamos salvar (¿equivocar?) estábamos condenados desde antes por nosotros mismos, es decir, por nuestras propias angustias adheridas a los sentimientos como esponjas a los 17 años y aún más, los pequeños mensajes que no se podían distinguir en medio de un espacio nebuloso de detergentes y comerciales de dentífricos y cigarrillos

. ¡Carajo, Carajo ¡  me rebelaba, no era cierto, no había sido un sueño!
No podía quedarme como ese personaje de Orwell en “1984” enajenado y  determinado por el estado, mi subconsciente era más que todo eso y lo peor del caso es que sentía que todos estábamos dentro de la misma cochina botella hasta el fondo de nuestros propios sueños y la Historia como una vieja chimuela con sus senos flácidos y secos amamantándonos hasta chuparnos la sangre!

Tampoco era el momento de salir a la calle con un rifle entre los brazos y darle la madre al sistema, como si este se encontrara encarnado o materializado den alguna parte de la Ciudad o en el Capitolio o el mismo Kremlin de entonces o en Chicago con los neoliberales o en la dirección de Coca cola, pero además ya las viejas teorías del Zen  habían pasado de moda, las nuevas escuelas ricardianas se disfrazaban de “progress”, la Prepa popular siempre fue una falacia del underground universitario, mis cuates usaban corbatas  escocesas adquiridas en la store de su universidad, Europa era la vieja chimuela que nada podía ofrecer después de dos mil años.

Han pasado varios años, desde que una noche inundaste sin querer, este espacio con estrellas y pájaros de media noche; aún las palabras cuelgan desde entonces, eras alguien que quería aprender demasiado rápido, parecía que no tenías tiempo, pero yo todavía no lo podía asimilar a pesar de que el mensaje lo portabas en esa noche de desvelo constante entre Pablo Milanés, Chico Buarque, Keith Jarret y Pink Floyd, algunas visitas ocasionales de amigos a la una de la mañana  algún poema leído de Jaime Sabines y una larga e interminable plática que parece detenerse por estos días y que me resisto a poder comprender, entender y por lo tanto aceptarlo.

En ese preciso momento en que la magia se apodera de este espacio (y por ende de nosotros), como si todos esos pequeños elementos circunstanciales la hubieran conjurado, me di cuenta que te iba a amar, pensando que el tiempo se iba a detener para nosotros.

Te convencí de que tu también podías amarme, derrumbé las murallas de una búsqueda que no encontraba eco en mí, me percaté de tu ingenua capacidad de influenciarte, tu descontrol por un mundo más real que el de tu casa o el de tu escuela; eras un barco sin vela que apuntase a una dirección de fondo, podías encallar en algún banco de arenas movedizas o en cualquier paraíso interior, pero en ti se había depositado la semilla de la verdad con todas las contradicciones que te rodeaban por esos tiempos en que tan solo bastaba pronunciar tu nombre para que el conjuro del amor se hiciese realidad en mis pensamientos y me bañara todo mi cuerpo.

Pero no fue un encuentro casual sin que los preparáramos tú o yo, este se gestó durante varios meses anteriores, con los hilos del inconciente haciendo estragos en nuestros pensamientos como cascadas que se depositaban en Yosemite y de alguna forma se iba suavemente apoderando de todo tu cuerpo. a pesar de que sentías miedo.

Miedo de mi edad, de mi mundo, de mi aparente desidia, de mis ganas locas de vivir, de mi universo común y corriente, de mis gustos prototipizados por las mujeres de magazín, miedo de mi machismo, de mis amigos. Pero todos esos miedos eran reflejo de uno más importante, el principal que en estos momentos se ha apoderado de ti: el miedo a amar.
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Sentir este desgarramiento por dentro de la ausencia física, de lo que pudo haber sido el alimento de los dioses que te exigen el sacrificio permanente de la sangre cósmica, la contemplación de la diosa con la cabellera de plata en donde las estrellas se prenden a su pelo y todos los árboles del mundo son asemejados por sus largos dedos como ramas que prolongaban todas mis ansiedades detenidas en el instante de quedarme inmóvil, ante sus caricias. Ahora ella no se encontraba y me hacía recordar, regresar hasta mis orígenes urbanos para poder aceptar la pérdida, la ausencia, la expiación de todos mis pecados, los celos, la posesión, la obsesión sexual, el haberme convertido en la criatura única, adorador de la diosa verde con su cabellera de plata, el cazador de estrellas para después prendérselas  en su larga cabellera como flores cósmicas. Me había convertido en un cazador solitario, mis amigos no lo podían comprender - ¿Qué es lo que te empuja a proseguir en un cortejo fúnebre? -  todo mi acto de amor se les hacía ilógico, pero ni ella mi diosa de plata y esmeraldas lo entendía…


Era un chavito de 8 años y medio cuando llegué por primera vez a México y lo que guardo fuertemente en mis recuerdos de esos días son los jueves de mercado en Santa Cruz, un pueblito olvidado por el crecimiento tan rápido de la Colonia del Valle, los juegos entre azoteas y estacionamientos  de edificios que me parecían gigantescos monstruos verticales que devoraban todo tipo de gente la más rara que hubiera visto en mis escasos años, los grandes lotes baldíos, que ocupaban a veces toda una manzana, por esos años en que los pepenadotes se almorzaban los grillos que recolectaban en las mañanas .

En esos días escuchaba por la radio una inminente guerra de los gringos contra Cuba, ¡Cuba!, estaba tan lejos para mi, como lejos podían encontrarse  mis juegos de años anteriores en los grandes mangales de Tierra Blanca y que encerraban la poza, el charco de agua donde nos empeñábamos a capturar, con pequeñas botellas de perfume, a los guarazapos y ajolotes, pececillos de colores silvestres, mientras las mariposas y chicharras del mes de mayo inundaban el espacio con sus colores y sonidos que constantemente repiquetearían en mi conciencia dormida cuando atravesaba tantos lotes baldíos en la colonia del Valle y ahora que estaba tan lejos del tiempo como de cerca de mi memoria, me daba cuenta que dentro de ese departamento toda la familia quería defenderse de la Urbe, aún provinciana para el mundo, con las gordas y las picadas en el desayuno el caldo de pescado cada semana y las canciones de Julio Jaramillo, las constantes visitas de amistades de la tierra, con las cajas de cartón, repletas  de mangos verdes , nanches, plátanos machos, los viernes jaraneros que desvelaban a todos los vecinos. Pero la realidad y la supervivencia no perdonaban, las imágenes de mi escuela rodeada de platanales y ramajes en que fácilmente anidaban las arañas y los grillos, así como los burros arrancando el pasto verde vestido casi siempre de lluvia fresca, se iban desvaneciendo en otra escuela rodeada de avenidas que arrojaban al salón de clases los ruidos de autobuses (Del Valle y Coyoacán 20 de noviembre)  y el tranvía “Valle”, los compañeros cantaba La Plaga y en vez de las frutas y los plátanos hervidos en el recreo, se consumían chicharrones sintéticos con una salsa roja que me recordaba la sangre de un perro sarnoso.

Hoy no es ayer, es cierto, como hoy tampoco estás al lado de mis propias reminiscencias mentales, como posiblemente nunca estuviste conmigo en ninguna ocasión, proyectándote holográficamente en mi realidad haciendo realidad tu sueño cuando leías a Mandrake en las tiras dominicales hace 10 años o 5 años más tarde cuando leías a Lobsang Rampa sintiéndote monje tibetana. Fuiste el pez que se había inventado sin mi ayuda. Que lejos estaba el alivianado de 30 años en tu  vida, pero además que lejos se encontraba él de esa palabra que se convirtió poco a poco en un espejo  ficticio o imaginario, saliendo por alguna calle por donde caminaba a la una de  la mañana después de una fiesta en algún lugar de Narvarte, pensando que había inventado el Rock, el sexo o precisamente a nosotros mismos.

Yo seguía pensando que en aquel domingo cachondón y diurno después de haber escuchado Sargento Pimienta con esos lamentos de estudiante putañero que ya se le habían ido los años de escaleras y guitarras por la facultad, me habías entendido mujer blanca, fonética maga diosa perdida o inventada en el mejor de los casos por mis propias necesidades anarquistas, distintas a las de tus nuevos amigos urbanistas. Era cierto que el amor era una cosa que te calentaba las manos como la papa caliente de la conciencia o el mismo atracón de sexo y magia que pasó para nunca quedarse entre nosotros.

La ciudad había cambiado se dejaba ver el paso del modelo económico y la idiosincrasia del político metamorfoseado por la moda de una cultura incomprensible para él mismo (¿o que acaso habían tenido alguna información del mundo que no fuera la de Cicerón o el mismo Descartes semileído?)

Los lugares de la ciudad estaban, como hasta ahora, perfectamente delimitados entre avenidas y barracas que se fueron lentamente alargando a su periferia o mejor dicho: ensanchándose. Otra vez los círculos como las viejas y otras inexistentes glorietas del sur de entonces, clasemediero y putañero, revuelto y arribista rocanrolero y agringado y después afrancesado, “Asorbonado”. Escuela para los hijos de la sirvienta y colegios como el México o el Simón Bolívar, o el Franco Español para los futuros administradores de nuestra querida ciudad con sus habitantes entrelazados por los medios de comunicación heredados por el gran cachorro de la revolución a su queridísimo hijo  y otros prestanombres.

Quizá haya pasado de largo en todos estos años que crecieron y desaparecían a la vez, mis cabellos. Urbanizando un paisaje incomprensible para todos, atrapados en la inercia de los trolebuses y los escasos cocodrilos de las películas del Santo y Fernando casanova, los zapatos de gamuza gris y pantalón de casimir los sábados antes del 68, las canciones de Paul Anka y Enrique Guzmán, el mambo en las fiestas de Tacuba y el danzón en la Prohogar, así también, una fiesta en el Riviera, de la comunidad Chiapaneca con todas esas tehuanas hermosamente coladas por la proximidad de su estado, en pleno corazón del Sur entre glorietas y vasos comunicantes. Noches mágicas de concreto en la que se colaban los sonidos de otra noche idéntica de grillos y chicharras, de estrellas imaginadas por el ron y la cerveza, caminitos de oscuridad, de culebras y mapaches, de armadillos y conejos atrapados, mientras afuera todo era nada, esa nada que no se representaba en un baile anual ni un provinciano de fin de semana.


Ella estaba lejos y mis recuerdos afloraban para encontrar el punto de partida antes del comienzo.

Todavía estaban cerca de mi los días que salía desesperado de mi casa a la entrega del mundo caminando por las ya viejas calles de Tajín, mientras la música de “Hey Jude”, salía de cualquier ventana, caminaba una cuadra larga antes de llegar a la tienda de  “Cumbres” con “Hey Jude” terminándose y la coquita calentándose entre mis manos, como si estuviera deteniendo a todo el mundo. El 68 era una sacudida que no entendía y los Doors y Led Zeppelín, antes que Gabino Palomares e Intillimani me estaban ayudando a comprenderlo (han pasado 30 años y sigo igual, después he comprendido que la poesía en realidad llegó a combatir en las calles y las aulas entre tanta metáfora lírica, sin academias, desnuda…)

Como extrañaba aquellas tocadas con el conjunto de Ventura mi cuate de la prepa 6, acompañándome con música de fondo de Atlántida de Donovan mientras recitaba: “mentes vacías, pensar sin estar pensando, que se puede decir de lo que es, no es posible saber más que poder, seguir queriendo aprender cuando no es posible saber, universos paralelos en los mismos universos, gente que quiere cambiar sin saber que su cambio es anacrónico…  ante un puñado de personas desconocidas y anónimas como anónima era mi ríspida e incipiente poesía emergida del rechazo estúpido e incongruente, en esos tiempos, hacia la marihuana y los hongos y ese temor de ver a Dios descubierto después de haberse dado un toque, con Adán y sobre todo por Eva, ese dios que inventa el complejo de Edipo antes que Freud o mi propio analista metiéndome la idea de que mi desesperación por no verte era la ausencia de mi madre, como si fuera Manuel Acuña, escribiéndole a Rosario en donde las sombras de mi madre se pierden en la nada para que tu de nuevo vuelvas a aparecer…!ilógico, como ilógico fueron todos esos días a pesar de estar acartonados por la clase mas heterogénea y mediatizada que el sistema pudo haber creado por sus propias chaquetas mentales…


El amor era Jim Morrison con mi novia fresa de La Florida cuando lo olvidaba bailando en alguna casa del Pedregal al ritmo de  “Enciende mi fuego” para un estúpido beso calentado por unas manos demasiado sudadas.

Me abandoné sin querer, sin haber aprendido el juego, me reía de todos, de quienes leían a Demian o Siddhartha, o el Retorno de los Brujos, cuando ya había encontrado a Ernesto Nogueira y su maga en los barrios viejos de Paris, de aquel Paris que  tanto te quitarían tus sueños de maestría y doctorado, sin embargo ya estaba muerto el Ché Guevara que tenías pegado en tu cuarto, Genaro Vázquez estaba matando no precisamente cristianos en la sierra, Heberto Castillo se encontraba en la cárcel junto con Revueltas y decenas de estudiantes que tanto había escuchado  en las asambleas de Ciencias en ese año mágico y misterioso que cambiaría  la vida de muchos incluyendo la tuya en la Ibero.

El mundo después de todo no era redondo y siempre un pájaro era la metáfora del enlace.

Tenía que aceptarme primero, debía rescatar lo perdido o lo desaparecido en medio de toda esta confusión en que me encontraba, arribando a un lugar que nunca me había pertenecido y sin embargo poco a poco me fui disfrazando de todos para desvanecer cualquier prestigio de tamarindos arrancados en el verano de las chicharras y ajolotes maduros, de las largas filas de los convoyes del ferrocarril transportando la caña de azúcar o las piñas nunca vistas jamás después de que el mismo ferrocarril y mi padre no podían ser lo mismo después del golpe del estado a la huelga del 58, diez años antes del otro golpe, con el repiqueteo de las calderas y los silbatos del almuerzo y la horchata con el trozo de hielo limpio y tonto ensuciado por una bola de soldados que habían ocupado el cine del sindicato. Quizá tenía que haber comenzado el relato con este principio, de ferrocarriles y petróleo para que lo siguieras leyendo en los libros, también tenia que contar la proximidad de la caña de azúcar y Rubén Jaramillo y el Artemio Cruz de Carlos Fuentes que nunca leíste y posiblemente realizar un pequeño intento cosmogónico en la Plaza de las Tres Culturas y la Universidad y Vasconcelos, o las declamaciones en la primaria, el canto a la bandera, pero voy demasiado rápido, porque se me olvida la era de la ingenuidad y los chacales, del explotador de obreros y de los Yaqui hace 60 años, de los académicos y de los ideólogos muertos prematuramente, de los místicos y los incomprendidos, de los afrancesados emuladores de la torre Eiffel y los masones y los contrarios y los fantasmas, también se me olvida aceptar las leyendas de los chaneques y la llorona de aparecidos y sacerdotes engañadores, sobre todo eso, de los engañados por uno y otro bando, y por todos nosotros que también de alguna forma fuimos engañados, porque después de este retroceso en mi relato tendré que convencerme que tú a pesar de todo fuiste engañada.

¡Cuantos planetas podían caber entre mis manos, cuantas estrellas aparecían entre mis dedos, o cometas que regresaban por la coyuntura de mis huesos tantas veces acariciados y manoseados por ti, cuantos lunares que crecían alrededor de tu vientre, cuantos viajeros que te comunicaban las peripecias de sus historias y la historia enfrascada en una botella con color de beso con el tamaño de las caricias veladas y olvidadas en la mañana desmitificando las sábanas y el sexo, de cosmos de gigantes y fantasmas y de peces presagiadotes de la nada! ¿Cuantas veces más que se olvidaron por esta pinche ¡Uy!  Horrible vieja chimuela?

La luna se escondía entre las canas de la abuela al filo de la noche próxima enredándose entre sus cuentos de jinetes sin cabeza, gitanos y roba chicos, rancheros esquivando centellas, bolas de fuego entre las patas del caballo, sirenas de río, desnudas e impacientes a la espera de ellos, gatos encantados por la misma vieja que no tuvo hijas, ferias de pueblo en que mostraban, a la mujer lagarto, la mujer araña, la mujer con barba, a la mujer mujer, como si estas mismas mujeres, la madre, la amiga, la hermana, la amante, fueran especimenes de feria, de carrusel que gira  hasta marearnos por dentro, y otra vez hasta llegar a la mujer come hombres, tragafuegos, la bruja quemada hace mil años, la adúltera apedreada hace, dos mil años, la amante asesinando  a César, la maga desnudándose ella misma con todo el misterio científico de la nada y del relato entre tú y yo, Itxel y Afrodita intercambiando chismes, toda la nada entre Coatlicue y Xóchitl, la Malinche y Sócrates, auténtico culpable de la historia, la leyenda, el relato escondiendo a la verdad disfrazada por tu ausencia.

El filo del mediodía se alejaba tras las rejas de la casa, los ferrocarrileros cansados del sudor y abotagados de cerveza, regresaban atolondrados por el intenso de ese verano sofocante; el catre de las 4 de la tarde los esperaba impaciente con 3 o 4 novelas de Keith Luger o Marcial La fuente, entre ruidos de chiquillos desnudos y mocosos alrededor del pálido árbol de mango al centro del patio terroso, confundidos entre las gallinas y el “totol” engordándose para el año nuevo.

Yo me encontraba esperando el grito de mi madre para caminar cuatro o cinco calles al encuentro de la horchata con la jarra de peltre entre mis manos, quemándome mis dedos al regresar, era la hora de llegada de mi padre, la comida, los gestos agrios e indiferentes, su overol manchado de grasa por las calderas y el aliento a cerveza caliente y digestada.
Mis hermanos brillaban por su ausencia mientras detenía la imagen de los almendros del parque, la imagen de las cinco de la tarde cuando podíamos rescatar los tamarindos en un lugar más alto del panteón, atrapar libélulas y jugar a la pelota, no había vientos todavía para comenzar a preparar los papalotes con el clásico almidón calentándose con agua en la estufa de barro. Era la época de las buganvillas y los mangos, de las chicharra y los caballitos del diablo, del despertar al sexo a los cinco años y de las mujeres gordas abanicándose en los gastados sillones de mimbre en las afueras de su casa, era la hora de esperar la llegada del autobús de las cinco y media que traía el “Novedades” y de caminar a otras tantas calles para detenerme a la caída de las almendras maduras para leer cientos de palabras incomprensibles para mi mundo, la hora del desarrollo “intelectual” antes de la treintena de años a cuestas de mis hombros.


Además se encontraba la música siempre la música que me respaldaba en cualquier vestigio de mi niñez (y adolescencia)  la música que salía de los billares  o las cantinas, de las tardeadas que se hacían en la casa en la época de vacaciones cuando ellos regresaban de Veracruz o México, música de los Hermanos Silva, de Glenn Miller, de Acerina y su danzonera, de Pedro Infante recientemente muerto y todas esas pendejadas  que fueron grabándose en mi cabeza hasta el momento de escuchar mezcladamente  a Silvio Rodríguez, posiblemente otro cartabón, otro cliché mas en mi vida desde que te perdí en las islas de ciudad universitaria
¿Habría necesidad de tanta prisa para que tan sólo hubiera dos o tres cosas interesantes en mi vida?

Una de las cuales se había esfumado de repente casi como llegara en  una noche de Bob Marley y Chico Buarque, de Pablo Milanes y vino tinto barato, de un poco de mota y algunos amigos perdidos en el fondo de la calle ya famosa de Sullivan a unos cientos de pesos la hora… solo las palabras se quedaron en el techo después  de que te fuiste, obsesión, obsesión, incólume obsesión impenetrable como una pompa de jabón en mis  sueños de pubertad a la forma de “las buenas conciencias” de Fuentes, o una noche de domingo dando vueltas como los gatos para ver si se podía comprar la presa femenina como cualquier postor para indicarme los límites de mi clase.

El hoy y el ayer se confundían en este futuro prometedor y cachondero lleno de cuadros ficticios en una exposición para idiotas en la que yo era el maestro de ceremonias, futuro chaquetero y que la grasa se acumulaba con una cultura supuestamente disidente desde hace 33 años que atosigaba y atosigaba hasta llegar a la reducción al absurdo con todo un cuerpo de axiomas que no necesitaban demostración, entretejiendo las leyes de este universo de sinfonías maravillosas y contradicciones donde surgirían las grandes “verdades universales”, paradigmas científicos que encontraban eco en las diversas escuelas de economía que solo servían para recordarnos que también  por ahí te habías colado en una trampa engañosa de la que nunca jamás nos ibas a poder rescatar.

El cielo era azul y la playa de Mocambo pretendía ser un condado de Florida, en alguna fotografía de Vanidades o Cosmopolitan. A cinco metros de distancia de la señora gorda cansada de lavar platos y prepara comida para borrachos, trabajadores, símbolo de la clase productiva del país, como si Platón y Netzahualcóyotl me enseñaran lo que hubiera sido el Eros o la araña tejiendo su red….

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