jueves, 3 de noviembre de 2016

La edad...








Una amiga me comentó que por la edad
debería tener mucha experiencia,
le contesté que soy casi un niño
en este deambular por las galaxias,
que miles de millones de años tiene el universo
y apenas soy un punto milimétrico en el tiempo.

La brisa que pasa por los árboles y suspende una hoja
es mas antigua que el mas viejo de todos mis ancestros,
desaparece con el clima y nuevamente surge en otro tiempo.


Quizá mi amiga quiso decir sabiduría,
otra palabra no cocida
como una fruta de verano arrancada en plena primavera,
y es que mi amiga no sabe que las palabras se las lleva el viento,
aunque en miles de hojas suspendidas
en el dorso de un libro se encuentren atrapadas,
ignoradas,
para aquellos que como yo,
no hemos alcanzado el punto de cocción en el otoño.

Las palabras sabias, son como esa brisa que regresa,
un ciclo que siempre se repite pero en el círculo se pierde,
son una taza de café sin manchas para poder leer nuestro destino,
un futuro cuántico que en el pasado se reflejan,
después,  incertidumbre,
el cono,
ángulo de eventos
que antes de nacer ya se extinguieron.

Ser sabio implica que alguien así, regale una sonrisa
en medio de un mar embravecido
o en la tormenta que azota nuestras almas,
acaricie con la verdad de su mirada
al recinto de nuestros desconsuelos
y esta sea la que nos deslice
en la espiral de los reflejos rescatados,

parte serena de su alma,
como un bálsamo de flores
Para el lugar común de otras imágenes
sin luz propia,
verbos que salen a tropel
después del viaje interno
por cada una de las partes escondidas por sus huesos,
que suman pensamientos
a otro pensamiento que encarna el infinito,
como un  brujo  cuando exprime agua del desierto
lluvia de imágenes,
elipses alrededor de un  astro singular,
cuyo poder de atracción gravitatoria,
es la abstracción del propio pensamiento.

O esa parte de la vida que es ausencia 
de sexos planetarios,
cósmicos,
únicamente  pensamientos cristalinos del vacío
entre tantos universos e infinitos,
materia inexistente;
solo la luz en su continuo recorrido
viaja en la cauda del poema,
ese milagro inexplicable del lenguaje,
el azoro,
la impavidez que tiene nombre,
sonido y sensaciones,
cuando  el fondo de Dios
se encuentra en la parte escondida del espejo.

Marionetas somos de palabras que no existen,
o de historias repetidas
que universos  diferentes las conforman,
se rehacen a sí mismas
y con arcilla en el azogue líquido,
hemos sido creados por metáforas de viento
fluido de letras,
nubes de plasma en la babel espirálica  de un sueño,
viajeros desnudos por el río de silencios
y los murmullos del intento.

Mi amiga desiste de hablar después de mi discurso,
está callada,
sabe que el cúmulo de luces encerradas
en un frasco de silencios,
son las luciérnagas,
las mariposas en ese inmenso jardín de los vacíos
y que el mudo resplandor de la respuesta,
es aquello que llamamos nada.



MHG 2009

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