Una
amiga me comentó que por la edad
debería
tener mucha experiencia,
le
contesté que soy casi un niño
en
este deambular por las galaxias,
que
miles de millones de años tiene el universo
y
apenas soy un punto milimétrico en el tiempo.
La
brisa que pasa por los árboles y suspende una hoja
es
mas antigua que el mas viejo de todos mis ancestros,
desaparece
con el clima y nuevamente surge en otro tiempo.
Quizá
mi amiga quiso decir sabiduría,
otra
palabra no cocida
como
una fruta de verano arrancada en plena primavera,
y
es que mi amiga no sabe que las palabras se las lleva el viento,
aunque
en miles de hojas suspendidas
en
el dorso de un libro se encuentren atrapadas,
ignoradas,
para
aquellos que como yo,
no
hemos alcanzado el punto de cocción en el otoño.
Las
palabras sabias, son como esa brisa que regresa,
un
ciclo que siempre se repite pero en el círculo se pierde,
son
una taza de café sin manchas para poder leer nuestro destino,
un
futuro cuántico que en el pasado se reflejan,
después, incertidumbre,
el
cono,
ángulo
de eventos
que
antes de nacer ya se extinguieron.
Ser
sabio implica que alguien así, regale una sonrisa
en
medio de un mar embravecido
o
en la tormenta que azota nuestras almas,
acaricie
con la verdad de su mirada
al
recinto de nuestros desconsuelos
y
esta sea la que nos deslice
en
la espiral de los reflejos rescatados,
parte
serena de su alma,
como
un bálsamo de flores
Para
el lugar común de otras imágenes
sin
luz propia,
verbos
que salen a tropel
después
del viaje interno
por
cada una de las partes escondidas por sus huesos,
que
suman pensamientos
a
otro pensamiento que encarna el infinito,
como
un brujo
cuando exprime agua del desierto
lluvia
de imágenes,
elipses
alrededor de un astro singular,
cuyo
poder de atracción gravitatoria,
es
la abstracción del propio pensamiento.
O
esa parte de la vida que es ausencia
de
sexos planetarios,
cósmicos,
únicamente pensamientos cristalinos del vacío
entre
tantos universos e infinitos,
materia
inexistente;
solo
la luz en su continuo recorrido
viaja
en la cauda del poema,
ese
milagro inexplicable del lenguaje,
el
azoro,
la
impavidez que tiene nombre,
sonido
y sensaciones,
cuando el fondo de Dios
se
encuentra en la parte escondida del espejo.
Marionetas
somos de palabras que no existen,
o
de historias repetidas
que
universos diferentes las conforman,
se
rehacen a sí mismas
y
con arcilla en el azogue líquido,
hemos
sido creados por metáforas de viento
fluido
de letras,
nubes
de plasma en la babel espirálica de un
sueño,
viajeros
desnudos por el río de silencios
y
los murmullos del intento.
Mi
amiga desiste de hablar después de mi discurso,
está
callada,
sabe
que el cúmulo de luces encerradas
en
un frasco de silencios,
son
las luciérnagas,
las
mariposas en ese inmenso jardín de los vacíos
y
que el mudo resplandor de la respuesta,
es
aquello que llamamos nada.
MHG 2009
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