En algún momento me pude percatar que tan lejos el tiempo se
encontraba e imaginé que sería de mi por esas lejanías ahora que las distancias
se entrecruzan.
La infinitez de lo pequeño me sorprende, no sé si me tomó
desprevenido o el viaje fue por otro camino ajeno a mi destino, pero tampoco
hay tiempo para poder analizarlo en este otoño atípico de inviernos prematuros
y oscuras noches en vigilia.
Hasta hace poco los pájaros me despertaban cantándome al
oído y las gaviotas caminaban a mi lado, el recuerdo no me visita.
Ahora cuento los instantes como antes los años y a veces los
encierro en recipientes para destaparse en momentos de apuro, “Ábrase en caso
necesario”.
Etiqueté un frasco con mis cosas personales y lo guardé en
un pequeño maletín donde la nada es lo único que cabe, me han avisado que hay
que acomodarla de tal forma que en estos días pueda acostumbrarme a ella.
Porque las despedidas no me gustan, no haré caso y abriré el
frasco etiquetado para que al menos los pájaros salgan, porque ellos más que
las gaviotas o los gatos siempre me han acompañado.
Cuando llorar limpiaba mi alma y el reír la engrandecía, los
pájaros no dejaron de anidarse entre palabras y silencios para empollar al verbo
que sin ellos no habría nacido.
A veces el tiempo no importa, aunque siempre es útil tener
un recipiente para abrirse en estos casos de apuro.
Así
los pájaros vuelan.
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