jueves, 30 de julio de 2015

Las palabras amorosas


Después de hacer el amor, las palabras hablan, acarician tu piel, juegan con tus poros, diminutas montañas de placer, escondites de mis besos; se preparan a buscar la entrada de tu espíritu asediado por tus íntimos secretos.


Después de construir contigo el viento, el murmullo de tu alma, el primer beso, los primeros intentos, la lluvia, el poema, la muerte obligatoria, la resurrección, el desconcierto, el azoro; las palabras se estacionan en tu cuerpo, depositan el último combate, el primer verso, su reflejo, repetido en un paisaje líquido de espejos y silencios.

Después de hacer el amor, las palabras tejen tu pensamiento con tu aliento, hilvanan el momento, dibujan la batalla de tu pecho, de tus brazos, de tu espalda, de tus hombros, de tus senos, desde el cielo.

Después de hacer el amor contigo, en ese espacio imaginario entre tu cuello y tus pezones, las palabras encuentran un descanso para después viajar por tu ombligo, por tus muslos, por tus ojos, por tus pies, por tu cabello; entonces las palabras se acomodan en tus codos, en tus piernas, y recorren tus tobillos, tus rodillas; se refugian en tu sexo, acarician tus deseos, liberan tus historias, tus recuerdos, se duermen en tus sueños; se colocan en tus dedos y se esconden por tus manos, por tus cejas, tus pestañas, tu cabello, en tus oídos, por tus brazos, en tus párpados, tus suspiros, tus jadeos, por tus dientes, en tus labios, en tu lengua, por tus gritos.

Después de hacer el amor contigo, después del poema, las palabras amorosas se colocan en tus labios, en tu pudor, en el discurso de tu cuerpo, en la dialéctica, en las conquistas, en los encuentros, los olvidos, las ausencias, en tu mirada, en la sorpresa, en el asombro, en tu misterio.

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