No
se que saldrá de la vida en caligrafía
como
un cristal en mil ventanas de colores,
siempre
hay una flauta que se cautiva
con
el azul y el rojo de la naturaleza,
los
seres alados que nos recuerdan a la tierra
y
los gusanos,
las
serpientes que nos encantan con el cielo,
así
el amor que en abstracto se erosiona
al
lejano clamor de las miserias y las rebeldes notas
asumidas
en un grito de esperanza muerta.
Ellos
liban de la sabia lechosa de la selva
al
compás de las cigarras,
yo,
al ritmo de una cerveza,
de
la kena, el teponaztli,
la
charanga, el huéhuetl
y
la hermética mirada,
los
vientos fríos de la meseta
apuntando
hacia el alma
los
sonoros coloridos de las nubes rasgan el cielo;
el
alcohol de la chicha fermentada ya se muele con las hojas
y
los árboles del descontento asoman su misterio.
Allí
estamos, desde hace siglos, esperando, catando,
a
la espera silenciosa de las flores en guerra
en
medio de la tormenta de grillos y luciérnagas;
a
la espera de las mariposas gestándose al
calor del silencio
como
palabras tejidas en el manto de la nada,
Descubriendo
paisajes donde el infinito se desdobla
y
la nada misma se repite en el bordado callado de esperanza,
atisbos
de viajes sin vehículos terrestres en medio del vacío
como
reflejo de lo que hemos sido antes del tiempo de los otros,
aquellos
que en semejanza nos miraban como extraños
y
no entendían el callado batir de la alegría con las alas
silenciosas
y veloces de un ser diminuto nacido entre las rosas.
A
través del universo viajo,
a
través de dos ojos que observan
sin
celo ni dolo,
con
extrema medida de las cosas,
como
lágrimas de un cristal resinoso
que
no se trasparenta
en
una vacua mirada de abandono,
me
regresa a mi conciencia.
aquella
que perdí hace veinte años
y
una niña silenciosa en sus dulce pasos
de
un fastidio secular
olvidados
en esa indiferencia por las cosas,
se
traslucía en el prisma de sueños,
el
consumo clásico del mercado
de
un Kanek fantasma, analfabeta,
con
gritos de una música rebelde para todos
la
parte urbana que me retrata
la
misma que me dirigió en su momento
a
Machado, Martí y sobre todo a Roque Dalton,
un
poeta muerto por las balas pesadas del ladino
que
como en otras ocasiones se disfrazaba
Religiones
impuestas para el humo del copal
y
los cerros de estrellas majestuosas
como
el manto florido de Coatlicue o Tonantzin,
entre
los silencios ahogados del asombro;
otra
mirada acuosa
rescatada
en el fondo del iris de la historia,
el
espíritu, la vida florida de las garzas
en
el valle del conejo y las piraguas,
en
aquellos canales donde la red no se había perforado
por
las mentiras impuestas de otros dioses
que
escupían la muerte y aforismos en latín o castellano,
el
mismo lenguaje que como pirámides de la luna
se
sobreponían al canto prodigioso del
abuelo,
con
su bastón, regaba lluvia de flores
la
amistad del hombre por el hombre
y
la sensación de que la vida era limitada
hasta
que la muerte llegara.
fuimos
pasajeros,
jardineros
para los visitantes del mañana.
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