En el borde
de la noche me acurruqué para no caer
después de
una copa de vino con sabor a merlot
media
cajetilla de cigarros consumidos por el ansia.
Mientras
pienso en la historia tomo un sorbo de café
este se ha
quemado de tanto calentar el recipiente,
a lo lejos
se oyen voces disipadas festejando el domingo,
el virus
mortal para los que tenemos más de dos condiciones
se encuentra
lejos de las preocupaciones y de los cuidados,
a lo lejos
también se escuchan unas voces digitales
el maullido
del felino para suplicar el jamón como postre,
platico de mitotes
con un poeta del Norte que parece del Sur.
De alguna
forma la magia se escabulle en este cálido domingo
donde la
humedad y la noche florecen a pesar de los muertos.
Somos
sobrevivientes en un calendario que no tiene futuro
es el día a
día de un continuo temor para quedar infectados
como
personajes de una novela apocalíptica escrita hace medio siglo,
nos
encontramos en la rutina atípica de continuar con la vida detenida
sobre
llevando un ritmo diferente en medio de personajes virtuales,
repaso las
noticias en las redes con desesperada insistencia
y así los
días pasan como si fueran normales, como si fueran normales,
es decir,
como si antes del virus estos mismos días fueran irreales
y la rutina
haya sido un caso especial que se escapa de lo cotidiano,
como si los
días de antes pudieran haber sido extraordinarios,
normales…