Dos lunas enclaustran mi tiempo propio.
Inoculan las ideas que apenas, como larvas,
son gestadas en el limbo del sopor.
Alumbran con el candil de las tentaciones fallidas
los pasillos del útero en el centro de la nada
antes que el propio caos se manifieste.
Algunos dicen que es amor tardío
o esperanza que hace renacer
por momentos los sueños congelados.
El cuerpo cansado se enmohece
como las brisagras que,
lentamente oxidan la respuesta.
Despierto después de cuarenta años
convertido en un punto singular
en el universo de los números complejos,
un recipiente cartesiano donde la metáfora
que lo representa es el vació
antes de ser (el) vestido de la misma nada,
en ese instante de historias conjuradas
por el ritual de la música sin tiempo
y el silencio sin forma.
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