Leo
y me encuentro entre Drácula, Gardel y la Academia de la Lengua, una sinfonía de palabras, comentarios, y
muchos poemas alrededor de ese discurso: Dialéctica, compartir, solidarizarse,
compromiso, crecimiento. afinidad, iguales, trastocar al otro, desnudarse,
amar, soledad, grandeza, lenguaje, escenarios, viajes, apuntes para un dolor de
cabeza, la suma de la poesía, sed, doña la
O, malas compañías, la conoces, ecos de blues, lenguaje mudo...
(Para Alfonso Sánchez Rico )
(Para Alfonso Sánchez Rico )
Y entonces las palabras
comunes, los sentimientos repetidos en el otro, se transforman y cambian su
percepción, “paran el mundo”, el poeta y el lector en su estado solitario, desconocidos,
se reconocen en un tiempo asimétrico, de espacios discontinuos, curvos,
cóncavos. En el escritor, los
sentimientos se rebelan en su interior y emergen purificados.
Y entonces las palabras
comunes, los sentimientos repetidos en el otro, se transforman y cambian su
percepción, “paran el mundo”, el poeta y el lector en su estado solitario, desconocidos,
se reconocen en un tiempo asimétrico, de espacios discontinuos, curvos,
cóncavos. En el escritor, los
sentimientos se rebelan en su interior y emergen purificados.
Al convertirse en el primer
lector se asombra, y se ve reflejado en un espejo divergente, resuelto ante sus
propios símbolos, las imágenes, que en ese diálogo imaginario de las palabras
con ellas mismas, se reencuentran: “La frente hace llover” “arriba de la nubes
en una cueva”, “ojos heridos ante la luz de la tarde”, ciudades que son
parteras de luces y sombras, cofradías de restauradores de ayeres, vacíos que se sienten en el estómago, hola que
deja inmóvil a un corazón, cosas que se desbordan como el agua contenida en una
presa…”.
Dialéctica de soledades, que se
repiten como espejos que devuelven palabras que ya no son sentimientos comunes,
simples, y que en ese momento de la magia y la soledad, del lenguaje y los
símbolos, de la creación y el infinito, del rito y el homenaje, del culto a la
nada y a la noche y a la rutina, al desamor y al olvido, de las pasiones y la
ausencia; en ese monólogo, diálogo interno, comunión con el otro ser adentro de
nosotros, viaje y retorno al mismo punto de partida, a la misma mesa del inicio,
la catedral, el templo, la cueva sagrada, el espacio de poder (las palabras), nos
seducen, nos someten, nos retan y así las confrontamos con el cuerpo, con el
alma, con el dolor, con la pérdida, con el recuerdo y nos cambian, como vehículos
de la metamorfosis; nos transportan a otros estados de animo, viajamos en ellas
con la sensación de ser de otro planeta, ser vampiro, lobo, bruja, duende,
fantasma, amante; ser de otro tiempo, vasallo, dueño, viajero, explorador, gota
de agua, etc.
Las palabras trastocan y nos rescatan de ese sentimiento de pequeñez, de olvido, de vacío, de ese estado
desolado, y la comunión de ellas con la
nada, se transforma en silencio, sinfonía de multitudes en un universo de
soledades compartidas en el rito solitario de leer, de escribir.
Habitantes anónimos de otros
mundos en que las ciudades donde nos desplazamos por el papel, cambian, o mejor
dicho, se ven de otra forma, reinventadas, al mirarlas con los ojos llenos de
palabras, aún mas, llenos de mirar sin mapamundis, libros azules; ciudades que
se inundan de soles en la noche y pájaros de fuego, ciudades bajo cielos
tapizados de luces, de teoremas, de sombras, en que las nubes se transforman en
cuevas o ecuaciones no resueltas, en símbolos de tránsito, un fluir lento de
recuerdos, las calzadas y las avenidas se entremezclan con sentimientos flores
y mariposas para rehacer constantemente los cartas de navegación.
Tiene apellido el amor y
apellido el sexo; la mujer, el hombre, se reinventan, se conquistan y los
lugares comunes del cuerpo y el espíritu, se dibujan con otras geografías, el
cuerpo es un universo diferente, un planeta
por descubrir a cada instante, en que los océanos lo dividen en nuevos
continentes por donde se describen y se
conquistan y nos perdemos, entre paisajes lunares, bosques encantados en
el que viven criaturas fantásticas y floras desconocidas, desiertos impregnados
de sonidos, caudales de agua dulce y salada, cordilleras y nuevos sistemas
solares, de estrellas y planetas que se pegan a la piel.
El pan es pan pero se parte,
tiene color de trigo, de horno y migajas, color de manos mojadas de agua y sal;
el agua no es agua, se transforma en
manantiales perdidos en el bosque de los deseos, aguas que fluyen por la piel
para trazar nueva veredas, erosionan el alma y transforman el planeta, se encuentran como iguales las cosas perdidas
(esos papeles dejados en el cajón de los objetos perdidos por ejemplo) en la
pequeñez de lo material, pero crecen en el momento de desempolvarlas (se
desbordan) y son árboles que suplican y aves que reptan por la ventana para
dialogar con las palabras y rezar con ellas, con el exorcista, “el partero”, para enriquecer la comunión de la soledad con
la muerte, la renovación continua de la vida como parte esencial de la
existencia, y la transformación de las tardes repetidas, vistas en una noche
larga de asteroides y cometas donde viajan por su cauda las palabras.
En ese periplo, mágico,
absurdo, aparentemente incoherente, ilógico a la vista de los profanos, el
escritor anónimo, el aprendiz de brujo, inicia el viaje alrededor del círculo
de la nada con unas cuantas palabras que como cuentas y objetos de poder las
tiene encerradas en una jícara, hecha con hueso de mango criollo; corcholatas
aplanadas y perforadas para inventar la sonaja, el sonido que invoca a los
aliados, esos seres que no son nada pero que provocan miedo igual que los
demonios que se pretenden exorcizar.
Ya sea soñador, o cantante, o
sonajero, o hablador, o danzante, el aprendiz de brujo se transforma y las palabras
como sacerdotisas en el rito, convocan al silencio y el círculo se rompe y brujo
ya, por fin duerme, descansa, sabe que “otro” algún momento terminará el viaje
para que a su vez “otro” lo comience y otro lo termine y así esa dialéctica de
soledades se transforme en himno, plegaria, multitud de deseos, orgía con las
llamas alrededor del fuego, mitote, fiesta, celebración, ritual compartido: el
sacerdote y su púlpito, los feligreses y eso que llamamos Dios que emerge de la
nada, del círculo que al final, en el eco intermitente de pensamientos, con
todos los aliados, se rompe para entender y captar lo que es poesía.
Nota: Este texto lo escribí hace algunos años (2008) pero he querido compartirlo con ustedes...