domingo, 22 de junio de 2014

Las palabras





Leo y me encuentro entre Drácula, Gardel y la Academia de la Lengua, una sinfonía de palabras, comentarios, y muchos poemas alrededor de ese discurso: Dialéctica,  compartir, solidarizarse, compromiso, crecimiento. afinidad, iguales, trastocar al otro, desnudarse, amar, soledad, grandeza, lenguaje, escenarios, viajes, apuntes para un dolor de cabeza, la suma de la poesía, sed, doña la O, malas compañías, la conoces, ecos de blues, lenguaje mudo...

(Para Alfonso Sánchez Rico )




Y entonces las palabras comunes, los sentimientos repetidos en el otro, se transforman y cambian su percepción, “paran el mundo”, el poeta y el lector en su estado solitario, desconocidos, se reconocen en un tiempo asimétrico, de espacios discontinuos, curvos, cóncavos. En el escritor,  los sentimientos se rebelan en su interior y emergen purificados.

Y entonces las palabras comunes, los sentimientos repetidos en el otro, se transforman y cambian su percepción, “paran el mundo”, el poeta y el lector en su estado solitario, desconocidos, se reconocen en un tiempo asimétrico, de espacios discontinuos, curvos, cóncavos. En el escritor,  los sentimientos se rebelan en su interior y emergen purificados.

Al convertirse en el primer lector se asombra, y se ve reflejado en un espejo divergente, resuelto ante sus propios símbolos, las imágenes, que en ese diálogo imaginario de las palabras con ellas mismas, se reencuentran: “La frente hace llover” “arriba de la nubes en una cueva”, “ojos heridos ante la luz de la tarde”, ciudades que son parteras de luces y sombras, cofradías de restauradores de ayeres,  vacíos que se sienten en el estómago, hola que deja inmóvil a un corazón, cosas que se desbordan como el agua contenida en una presa…”.

Dialéctica de soledades, que se repiten como espejos que devuelven palabras que ya no son sentimientos comunes, simples, y que en ese momento de la magia y la soledad, del lenguaje y los símbolos, de la creación y el infinito, del rito y el homenaje, del culto a la nada y a la noche y a la rutina, al desamor y al olvido, de las pasiones y la ausencia; en ese monólogo, diálogo interno, comunión con el otro ser adentro de nosotros, viaje y retorno al mismo punto de partida, a la misma mesa del inicio, la catedral, el templo, la cueva sagrada, el espacio de poder (las palabras), nos seducen, nos someten, nos retan y así las confrontamos con el cuerpo, con el alma, con el dolor, con la pérdida, con el recuerdo y nos cambian, como vehículos de la metamorfosis; nos transportan a otros estados de animo, viajamos en ellas con la sensación de ser de otro planeta, ser vampiro, lobo, bruja, duende, fantasma, amante; ser de otro tiempo, vasallo, dueño, viajero, explorador, gota de agua, etc.


Las palabras  trastocan y nos rescatan de ese sentimiento  de pequeñez, de olvido, de vacío, de ese estado desolado,  y la comunión de ellas con la nada, se transforma en silencio, sinfonía de multitudes en un universo de soledades compartidas en el rito solitario de leer, de escribir.

Habitantes anónimos de otros mundos en que las ciudades donde nos desplazamos por el papel, cambian, o mejor dicho, se ven de otra forma, reinventadas, al mirarlas con los ojos llenos de palabras, aún mas, llenos de mirar sin mapamundis, libros azules; ciudades que se inundan de soles en la noche y pájaros de fuego, ciudades bajo cielos tapizados de luces, de teoremas, de sombras, en que las nubes se transforman en cuevas o ecuaciones no resueltas, en símbolos de tránsito, un fluir lento de recuerdos, las calzadas y las avenidas se entremezclan con sentimientos flores y mariposas para rehacer constantemente los cartas de navegación.



Tiene apellido el amor y apellido el sexo; la mujer, el hombre, se reinventan, se conquistan y los lugares comunes del cuerpo y el espíritu, se dibujan con otras geografías, el cuerpo es un universo diferente, un planeta  por descubrir a cada instante, en que los océanos lo dividen en nuevos continentes por donde se describen y se  conquistan y nos perdemos, entre paisajes lunares, bosques encantados en el que viven criaturas fantásticas y floras desconocidas, desiertos impregnados de sonidos, caudales de agua dulce y salada, cordilleras y nuevos sistemas solares, de estrellas y planetas que se pegan a la piel.

El pan es pan pero se parte, tiene color de trigo, de horno y migajas, color de manos mojadas de agua y sal; el  agua no es agua, se transforma en manantiales perdidos en el bosque de los deseos, aguas que fluyen por la piel para trazar nueva veredas, erosionan el alma y transforman el planeta,  se encuentran como iguales las cosas perdidas (esos papeles dejados en el cajón de los objetos perdidos por ejemplo) en la pequeñez de lo material, pero crecen en el momento de desempolvarlas (se desbordan) y son árboles que suplican y aves que reptan por la ventana para dialogar con las palabras y rezar con ellas, con el exorcista, “el partero”,  para enriquecer la comunión de la soledad con la muerte, la renovación continua de la vida como parte esencial de la existencia, y la transformación de las tardes repetidas, vistas en una noche larga de asteroides y cometas donde viajan por su cauda las palabras.

En ese periplo, mágico, absurdo, aparentemente incoherente, ilógico a la vista de los profanos, el escritor anónimo, el aprendiz de brujo, inicia el viaje alrededor del círculo de la nada con unas cuantas palabras que como cuentas y objetos de poder las tiene encerradas en una jícara, hecha con hueso de mango criollo; corcholatas aplanadas y perforadas para inventar la sonaja, el sonido que invoca a los aliados, esos seres que no son nada pero que provocan miedo igual que los demonios que se pretenden exorcizar.

Ya sea soñador, o cantante, o sonajero, o hablador, o danzante, el aprendiz de brujo se transforma y las palabras como sacerdotisas en el rito, convocan al silencio y el círculo se rompe y brujo ya, por fin duerme, descansa, sabe que “otro” algún momento terminará el viaje para que a su vez “otro” lo comience y otro lo termine y así esa dialéctica de soledades se transforme en himno, plegaria, multitud de deseos, orgía con las llamas alrededor del fuego, mitote, fiesta, celebración, ritual compartido: el sacerdote y su púlpito, los feligreses y eso que llamamos Dios que emerge de la nada, del círculo que al final, en el eco intermitente de pensamientos, con todos los aliados, se rompe para entender y captar lo que es poesía.  



Nota: Este texto lo escribí hace algunos años (2008) pero he querido compartirlo con ustedes...  

2 comentarios:

  1. No lo había leído. Tal vez habría entendido algo más acerca de la transformación mágica. Aprendiz de brujo, brujo pleno. Las palabras ... Enriquecedor.

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