Encierro mis caminatas y la brisa que me
acompaña
y las llevo en la bolsa del pantalón junto con la imagen de
la soledad
y al otro lado del mar, en el punto exacto donde se juntan
las ideas,
en ese imaginario de agua dulce que lleva mis presencias,
estás ahí, sumergida entre mis pensamientos que te abrazan.
Provocas el amanecer “distinto”, los días diferentes, una
sonrisa,
esa sensación de pájaros despertándose entre azules
difractados,
de no saberte aquí, conmigo y de sabernos juntos en un mar
de silencios.
Me muero siempre cuando tu nombre no se escabulle por mis
labios
Porque tenerlo, como la
brisa , el cielo despejado y los pájaros,
los amaneceres y las
caminatas...
y mis soledades,
tenerlo en mi, encerrado,
es no tenerte, no “sernos”
morir un poco antes de que el sol estalle
perder la magia
o perderme en otros mundos diferentes
a este mar del Golfo que
abraza al río Jamapa.
Dejar salir tu nombre, pronunciarlo, acariciarlo,
es también de muchas formas, salir de mi,
de todo el escenario que conforma mi existencia
y así viajar por otros mares donde mi colección de objetos cotidianos,
mis mundos, mis dioses, el amanecer, las caminatas,
las horas largas de estar entre los símbolos de la lógica,
mis verbos en gerundio y también en participio
pierden su escondite cuando
la palabra los encuentra
y con tu nombre los libere.
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